eJournals Vox Romanica 71/1

Vox Romanica
0042-899X
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Francke Verlag Tübingen
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La Recopilación de algunos nombres arábigos, elaborada por el franciscano granadino Diego de Guadix hacia 1593, puede considerarse el primer verdadero diccionario sobre los arabismos integrados en el léxico del español, y constituye una manifestación del «furor etimológico » que dominaba la reflexión lingüística de la época. Dado que permaneció inédita hasta 2005, la investigación aún no se ha ocupado de esta obra pionera de la lexicografía del español con la profundidad que se merece; uno de sus aspectos centrales, apenas explorado aún, el es onomástico, ya que casi la mitad del material recopilado y estudiado corresponde a nombres de lugar (más de dos mil, en buena parte topónimos menores especialmente del antiguo Reino de Granada). En el presente estudio se reconstruye el procedimiento seguido por Diego de Guadix en la recopilación de datos, y se describe el método que aplicó al análisis etimológico. Las conclusiones que se extraen de las observaciones permiten afirmar que Guadix, a pesar de no acertar a desentrañar la mayor parte de los problemas etimológicos (debido al desconocimiento de las leyes fonéticas, y también debido a una serie de ideas erróneas acerca de la historia de las lenguas), desarrolló un método de investigación toponímica original que le permitió adquirir conciencia acerca de numerosos fenómenos lin - güísticos de gran interés. A esto se suma que la obra ocupa un puesto destacado en la historia de la lingüística gracias a su carácter de primer diccionario toponímico del español.
2012
711 Kristol De Stefani

La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix como temprano diccionario toponímico

2012
Stefan  Ruhstaller
La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix como temprano diccionario toponímico 1. La Recopilación, obra aún insuficientemente investigada La Recopilación de algunos nombres arábigos, redactada hacia 1593 por el franciscano granadino Diego de Guadix durante una estancia en Roma, es una de las obras más extensas de los primeros siglos de la historia de la lexicografía del español, y a la vez una de las menos investigadas. La razón es conocida: el diccionario, conservado en forma de un manuscrito custodiado en la Institución Colombina de Sevilla, ha permanecido inédito hasta 2005. No es que no se supiera de su existencia, ya que Sebastián de Covarrubias lo había citado con cierta regularidad en su Tesoro de la lengua castellana o española para ofrecer etimologías basadas en el árabe (idioma que él reconocidamente no dominaba), pero eran muy pocos los investigadores que habían vuelto a consultar personalmente el manuscrito original 1 , por lo que generalmente las referencias que se hacían a la obra hasta hace pocos años han sido muy superficiales y a menudo erróneas. Las dos ediciones, aparecidas casi simultáneamente en fecha muy reciente (Bajo/ Maíllo 2005 y Moreno 2007), por fin han creado el fundamento para que la comunidad científica pueda explorar sistemáticamente este diccionario tan larga e injustamente olvidado. Hoy por hoy, no obstante, estamos aún lejos de conocer la obra con la profundidad que sin duda se merece: todavía no supera la decena el número de estudios centrados específica o al menos preferentemente en la Recopilación, y las valoraciones emitidas acerca de ella son muy dispares. Los editores E. Bajo y F. Maíllo la consideran un «diccionario etimológico de mucho mérito» (Bajo/ Maíllo 2005: 8) y le reconocen un «indiscutible valor lingüístico y lexicológico» (Bajo Maíllo 2005: 18). F. Vidal e I. Ahumada destacan su importancia para la historia de la lexicografía; el primero lo califica de «primer diccionario de arabismos» (Vidal 2008: 325), mientras que el segundo juzga que, «después del Tesoro . . . la Primera parte de una recopilación se nos presenta - parejamente con la obra etimológica de Francisco del Rosal (1601) - como el segundo repertorio lexicográfico monolingüe más destacado de nuestra Edad de Oro» (Ahumada 2007: xiv), y que el «diccionario de Guadix es la mayor aportación de la léxicografía monolingüe del español al conocimiento de nuestra lengua. Dicho de otra manera: las algo más de seis mil voces españolas incorporadas a este repertorio representan, hasta ese momento, el conjunto más acabado de toda nuestra lexicografía monolingüe». Para 1 Maíllo/ Salgado 2005: 29-82 describen pormenorizadamente la recepción de la obra desde principios del siglo XVII hasta nuestros días. Vox Romanica 71 (2012): 163-196 Stefan Ruhstaller Moreno 2002: 115 «se trata de un verdadero caudal léxico, en donde se recoge un importante número de arabismos comunes con una etimología, la mayoría de las veces satisfactoria, en otras ocasiones tan solo conjeturas arriesgadas». Con estas valoraciones positivas, y aun, en algunos casos, entusiastas, contrasta claramente la opinión de Federico Corriente, especialmente respecto de este último aspecto comentado, el de la calidad de las etimologías; afirma el gran arabista que estas, «particularmente las de topónimos», generan una «impresión de disparate predominante» (Corriente 2005: 94), y que «la metodología etimológica de Diego de Guadix es, desde luego y en consonancia con su época, primitiva y disparatada, algo de lo que parecen haber sido más conscientes sus propios contemporáneos que sus actuales editores» (Corriente 2005: 94), e insiste en la necesidad de «separar el tamo, que es mucho, del grano, que es menos» (Corriente 2005: 95 N3) si se quiere sacar algún provecho de la obra. El minucioso análisis de las etimologías de Guadix lleva a Corriente a una caracterización muy desfavorable de la personalidad del lexicógrafo: llega a la conclusión de que no se trataba sino de una «persona que tenía ciertos conocimientos de árabe, los utilizó al máximo como elemento de prestigio para promocionar su carrera eclesiástica . . ., no fue exacto ni sistemático, y sí en cambio se permitió muchas afirmaciones de las que no podía tener ninguna seguridad y que resultaron falsas» (Corriente 2005: 112); la obra del franciscano representa para Corriente 2005: 112 un «humanismo de ocasión hecho a la sombra de la Inquisición y el oscurantismo». No cabe duda de que todos estos estudiosos tienen razón en parte, al menos desde el punto de vista que adoptan al estudiar la obra; es indiscutible, no obstante, que una obra de la extensión de la Recopilación, elaborada en una fecha tan temprana, y que ha tenido una repercusión quizá aún no suficientemente valorada en el Tesoro de Covarrubias, sin duda merece ser investigada de forma sistemática y teniendo en cuenta su contexto histórico y cultural, y, además, no solo desde una visión global como la que adoptan la mayoría de los estudiosos modernos, sino atendiendo monográficamente a cada uno de los aspectos más relevantes que presenta. 2. La Recopilación en el contexto de la historia de la lexicografía española La Recopilación de algunos nombres arábigos es una manifestación más del «furor etimológico», fenómeno magistralmente descrito por Umberto Eco 1993: 90, entre otros, que recorrió Europa paralelamente a la difusión de las ideas renacentistas. En España habían iniciado la tradición de la elaboración de obras lexicográficas de contenido etimológico Alejo Venegas, autor de la Breve declaración o glosa de vocablos oscuros (1565), Francisco Sánchez de las Brozas - a él al menos son atribuidas desde Mayans y Siscar las Etimologías españolas de 1580 - y Francisco López Tamarid, cuyo Compendio de algunos vocablos arábigos introduzidos en la lengua castellana se publicó como apéndice a una edición granadina de 1585 del Vocabulario de romance en latín de Antonio de Nebrija. Después de Guadix 164 La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix esta corriente continúa con el Tratado de etymologías de voces castellanas (1600) de Bartolomé Valverde y el Origen y etimología de todos los vocablos originales de la lengua castellana (1601) de Francisco del Rosal, y llega a su cumbre con el célebre Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias (1611) 2 . La obra lexicográfica de Guadix no solo se integra en un contexto cultural conocido y pertenece a un género bien determinado, sino que, además, presenta afinidades evidentes especialmente con una de sus precursoras: el Compendio de López Tamarid (cf. Bajo/ Maíllo 2005: 21-22). En primer lugar, ambas comparten el mismo objetivo fundamental: la interpretación etimológica del léxico español de origen árabe. Las dos, además, abarcan tanto nombres comunes como nombres propios, dando especial protagonismo, en lo que a estos últimos se refiere, a los de la región de Granada. Estas afinidades están indudablemente relacionadas con la cercanía temporal, geográfica, cultural y aun profesional de sus autores: además de ser contemporáneos y paisanos, ambos eran intérpretes de lengua árabe en el tribunal de la Inquisición de Granada. En suma: sería difícil de concebir que Guadix desconociera el Compendio, trabajo que versaba sobre su tema predilecto y había sido publicado por un colega suyo como anejo a la edición granadina de una obra de gran importancia en su ámbito: el Vocabulario nebrisense 3 . Sin embargo, un pormenorizado análisis contrastivo de las dos obras (Ruhstaller 2011) nos ha revelado que no existen coincidencias que indiquen una explotación directa del Compendio por parte de Guadix: este pudo recordar el contenido del texto de Tamarid mientras redactaba su Recopilación en la lejana Roma, donde había sido enviado para participar en un grupo de expertos encargado de traducir los evangelios al árabe, en el marco de la confección de «una nueva biblia políglota bajo la dirección del gran orientalista Giovanni Battista Raimondi» (Rodríguez Mediano 2008: 243), pero no debió tenerlo presente materialmente. Por otra parte, aunque el Compendio sirvió sin duda de fuente de inspiración a Guadix y le dio el impulso decisivo para acometer la realización de una obra con idéntico objetivo aunque mucho más ambiciosa 4 , la deuda del franciscano para con Tamarid no va más allá: al contrario, características de la obra como la notable originalidad de gran parte de sus ideas, la sistematicidad de la exposición y la muy superior amplitud tanto del material léxico reunido como de la información que ofrece en la microestructura impiden ver en Diego de Guadix un simple imitador 165 2 Pueden encontrarse caracterizaciones de este tipo de obras y de su evolución en Azorín 2000: 97-144 y Carriazo/ Mancho 2003: 215-33. 3 De hecho, Guadix se refiere al célebre humanista como «aquel docto y famoso español Antonio de Nibrisa, a quien todos los españoles tanto devemos quanto sabemos de la lengua latina» (s. Lebrija o Librija). 4 Según la hipótesis que formulamos en Ruhstaller 2011, resulta muy plausible pensar que el afán de superar a otros especialistas en la materia, quizá a consecuencia de una especie de rivalidad entre colegas de trabajo, constituye la causa del manifiesto empeño de Guadix por recoger un material lo más copioso posible y explicarlo con gran detalle. Stefan Ruhstaller de Tamarid. A esto se suma que las dos obras constituyen la plasmación por escrito de ideas que circulaban en un grupo mucho más amplio de eruditos de la época, que debatían animadamente sobre cuestiones de etimología, como admiten los dos autores explícitamente. Así, Tamarid expresa su reconocimiento en un comentario final a su obra en las siguientes palabras: Todos estos vocablos fueron communicados con muchos hombres insignes y de mucha erudición en lenguas. Y particularmente fueron vistos y añadidos por los illustres señores y nobles hijos dalgos el capitán Gaspar Maldonado de Salazar, y Lope Fustero, secretario del thesoro de la casa de la moneda de Granada, que como tan curiosos y vistos en varia erudición pudieron dar su parescer. Guadix, por su parte, y con palabras muy similares, se reconoce deudor al menos de los colegas con los que colaboró durante su estancia en Roma, aunque ya anteriormente, todavía en Granada, había participado en debates sobre el tema 5 : Estos nombres arábigos y la interpretación dellos an sido comunicados con muchos hombres y muy doctos en lengua arábiga, y particularmente en esta sancta ciudad de Roma, e comunicado algunos dellos con el reverendo señor don Leonardo Abel, maltés y obispo de Sidón, y con fray Thomás de Terrachina, frayle de la sagrada religión de sancto Domingo, y con Juan Baptista Raymundo, y con Pablo Ursino, y con Guillermo Ursino, que, como hombres que en esta sancta ciudad de Roma son del cabildo o congregación de la lengua arábiga, y tan peritos en la lección de libros de la dicha lengua arábiga, pudieron dar su parecer y aun advertirme de algunos nombres de que yo no me acordaua y con cuya declaración yo no acabaua bien de atinar. Y, de hecho, en el interior de buena parte de los artículos Guadix expone, además de una primera hipótesis etimológica propia, una segunda, tercera y, en algún caso, hasta cuarta, que atribuye a expertos en lengua árabe cuya identidad no nos revela (cf. Bajo/ Maíllo 2005: 25): Bejarín o El Bejarín . . . bachirin significa ‘con vezinos’.Vale y significa tanto como dezir ‘el cortijo avezindado’ o ‘el cortijo habitado’ . . . Parecer a sido de grandes arábigos que . . . baachirin significa ‘con soldados’. Vale o significa tanto como dezir el lugar, parte o sitio donde ay soldados, .i. donde ay presidio de soldados. Tome el lector d’estas dos exposiciones la que más germana le paresciere. Alhadra . . . Parecer a sido de grandes arábigos qu’este nombre consta de al, que en arábigo significa ‘la’, y de ħ adra, que significa ‘verde’. . . Y comunicando yo en esta ciudad de Roma este nombre con grandes arábigos levantiscos de Anatolia, .i. de Assia, me an dicho que su parecer es que este nombre es alhadara, que significa ‘los nobles’ o ‘los cavalleros’. Parece, pues, que estas etimologías alternativas parten de propuestas que le habían sido sugeridas por eruditos de su entorno, bien en el contexto de un debate más 166 5 Lo señala explícitamente por ejemplo s. Alcaycería: «Este nombre Alcaycería a puesto en cuydado a muchos hombres arábigos de aquel reyno de Granada, y an desseado saber de dónde viene o en qué lengua habla, para saber darle verdadera interpretación.» La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix amplio, bien como respuesta a una consulta directa por parte de Guadix. Esos eruditos, además, no tenían por qué ser únicamente los colegas con los que colaboraba en Roma en la traducción de las escrituras sagradas, ya que es imaginable que Guadix recordara también opiniones manifestadas por personas pertenecientes a su círculo granadino (entre ellas posiblemente el propio Francisco López Tamarid). Desde luego, Guadix pensaba que su obra sería leída por sus compañeros de debate, como se desprende de las palabras diplomáticas con que presenta las propuestas de estos: los llama siempre respetuosamente grandes arábigos u hombres muy doctos; además, rara vez da preferencia a su propia hipótesis frente a la de otros, pues sentencia casi siempre al final del artículo salomónicamente con la fórmula Tome el lector lo que más quadrare con su ingenio u otra similar. Llama la atención, no obstante, que estas interpretaciones alternativas atribuidas a otros tengan siempre la misma hechura que las etimologías presentadas como propias y expuestas en primer lugar: el étimo se segmenta en morfemas explicados uno por uno, y la propuesta resulta muy a menudo poco verosímil (o incluso descabellada) tanto desde el punto de vista fonético como desde el semántico-referencial. Ello nos hace sospechar que en ocasiones se trata de hipótesis igualmente ingeniadas por Diego de Guadix 6 , pero atribuidas a un colectivo de expertos indeterminado, con tal de aparentar que las propuestas habían sido debatidas por varios expertos y así aumentar su credibilidad. Sea como sea, ambos textos, tanto el Compendio de Tamarid como la Recopilación de Guadix, ponen de manifiesto de forma explícita cómo en la época la interpretación etimológica de los nombres de lugar acaparaba un amplio interés entre las personas cultas. 3. El estudio de los nombres de lugar, uno de los objetivos principales de la Recopilación Como hemos dicho, la inclusión de numerosos nombres propios de lugar en el material reunido para su estudio etimológico constituye un rasgo peculiar de la obra, que comparte, en su contexto histórico, únicamente con el Compendio de Tamarid y el Tesoro de la lengua de Covarrubias (autor este que, por cierto, y como reconoce explícitamente, aprovechó con regularidad ambas obras). Guadix, en bastante mayor medida que esos otros autores, concede a la toponimia un protagonismo muy destacado, pues a ella dedica una parte sustancial de la obra: del total de 4336 entradas que según los cálculos de M. Á. Moreno 2007: xlv-xlix comprende la macroestructura, 2061 (esto es, el 48%) corresponden a nombres propios, de los cuales 1994 son nombres de lugar. El total del material toponímico reunido supera aún 167 6 Como señalan Bajo/ Maíllo 2005: 40, ya Covarrubias manifestó esta misma sospecha al reproducir las teorías de Guadix acerca de la etimología de la voz albacea: «El Padre Guadix dize que albacea se dixo de al artículo y guziya, que sinifica ‘manda’ o ‘legado’ . . . Otros dizen, y pienso que es también del mismo Padre Guadix, estar corrompido, mudado el acento, de albaceha . . .». Stefan Ruhstaller con creces esta cantidad, ya que en gran parte de los artículos se enumeran dos, tres, y hasta cuatro nombres homónimos, o al menos formalmente afines, y por ello - al menos a juicio de Guadix - etimológicamente relacionados: por ejemplo, s. Algarvejo enumera «una dehesa del pueblo de Monturque», «un cortijo de la ciudad de Écija» y «un pago de viñas y heredades en el obispado y término de mi patria, Guadix»; o s. Burgo un «pueblo del obispado de Osma», otro «del obispado de Málaga, .i. cerca de Ronda», otro del «obispado de Urgel en Catalunia», así como el nombre Burgo Preso, «en el reyno de Francia». Tan grande es la atención prestada por Guadix a la toponimia que los estudiosos que no habían consultado el manuscrito sino superficialmente, o tenían noticia solo indirecta de él, lo consideraban poco más que un «elenco de topónimos árabes», como ha puesto de relieve Moreno 2006a. Este prejuicio ha contribuido al escaso interés que suscitaba la Recopilación hasta fecha reciente, y aún hoy la mayoría de los estudiosos se acercan al diccionario a pesar del protagonismo que Diego de Guadix concedió en él al elemento onomástico. Sin embargo, la obra no puede ser valorada adecuadamente si marginamos lo que para el propio autor era un aspecto central, y que además, como hemos expuesto en el apartado anterior, suscitaba un amplísimo interés general entre los cultos de la época. Llenar esta laguna en el conocimiento de una obra importante para la historia de la lexicografía del español es precisamente el objetivo del presente estudio 7 . 4. El material toponímico recopilado por Diego de Guadix Los varios miles de nombres de lugar reunidos por Diego de Guadix constituyen un corpus toponímico nada despreciable, especialmente si lo comparamos con el que había recopilado antes Tamarid (75 topónimos), o que incluiría diecisiete años más tarde Covarrubias en su Tesoro de la lengua (586, de los que, además, los de presunto origen árabe son solo una parte). Es evidente que Guadix no desperdició ningún dato que había llegado a sus manos, y que para incorporarlo a su base de datos le bastaba que el nombre tuviera, en su opinión, origen árabe. No le importaban, en cambio, las características del referente, pues recogió junto a los nombres de países, ciudades y ríos importantes también, y en igualdad de condiciones, los de pueblos y poblezuelos, arroyos, donadíos, cortijos, fuentes (cf. Bajo/ Maíllo 2005: 85); no son pocos los que tienen como referente una realidad tan insignificante como «una pontezuela qu’está sobre un riyuelo» (s. Alcantarilla), «una acequia y pago de heredades» (Altufaha), «un mal rigüelo» (Güerba, Guadatín), un «mal riachuelo . . . cerca del pueblo de Yébenes» (Algodor), «una ramblilla» (Handaqquez), «una montañuela» (Montearmín) o «una fontezuela o manantialejo» (Malea). 168 7 El único trabajo dedicado a la toponimia contenida en la Recopilación, Moreno 2006c, apenas trasciende de una simple transcripción de las entradas que versan sobre nombres de la región de Jaén. La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix Para allegar un material tan copioso no cabe duda de que había llevado a cabo una recopilación bastante sistemática. Dado que redactó su obra durante su estancia en Roma, sería difícil de imaginar que recordara todo este material desde la lejanía y lo recuperara de su memoria; parece más probable que llevara consigo al menos unas notas que había ido confeccionando ya en España, quizá durante años. Esas notas tal vez no se habían elaborado de una forma ordenada y sistemática, por lo que la cantidad y los tipos de información que ofrece acerca de cada nombre son muy variables: mientras en algunos casos Guadix es capaz de dar toda suerte de detalles, como datos sobre las características, la historia y la localización geográfica del lugar designado, la existencia de variantes fonéticas y de correspondencias antiguas del topónimo, en otros casos no conoce ni su ubicación con un mínimo de exactitud (cf. Bajo/ Maíllo 2005: 20) 8 : Bentomilla. Es el nombre de un pueblo, no me acuerdo de qué parte d’España. Alhadida. Este nombre no puedo acordarme si es en España o Sicilia o nombre de qué cosa es. Almedín. Es el nombre de una ciudad o pueblo y no me acuerdo en qué parte. Los materiales reunidos por Guadix proceden de dos tipos de fuentes claramente diferenciadas: por una parte tenemos los que había recogido de primera mano, y por otra, los que había extraído de textos escritos de otros autores. La mayoría de los datos del primer tipo los debía conocer personalmente como hablante, pues se trata de nombres pertenecientes a áreas que habían sido escenario de diferentes momentos de su propia trayectoria vital. Destacan especialmente los que pertenecen al entorno de Guadix, localidad en la que había vivido su infancia y juventud y que una y otra vez llama explícitamente y con orgullo su patria. Son prueba de tal conocimiento personal de los nombres en cuestión, por una parte, los detalles geográficos que ofrece 9 , y, por otra, la gran precisión formal con que los transcribe. De hecho, el cotejo de las formas gráficas con que el franciscano representa la toponimia menor guadijeña con las contenidas en los documentos originales de las primeras décadas posteriores a la reconquista conservados en el archivo municipal de Guadix - estudiados a fondo por Carlos Asenjo Sedano (1983) - revela 169 8 Al aprovechar dichas notas, años después de haberlas escrito, en la redacción del texto pudo deslizarse algún que otro error; un ejemplo es el de la confusión de los nombres Benaocaz y Alocaz: describe el primero como el de «un castillejo antiguo del arçobispado de Siuilla, .i. cerca de la villa de Utrera»; sin embargo, no existe tal topónimo en la zona señalada, pero sí Alocaz (esta forma recibe curiosamente una entrada propia, donde se localiza correctamente); Benaocaz, en cambio, es una localidad de la sierra gaditana. 9 Algoroz, por ejemplo, se describe como «un pago de viñas antiguas del obispado y término de mi patria, Guadix, .i. entre los pueblos de Grayena y el Marchal»; Batanor como «una mala fontezuela en el obispado de Jaén, .i. en el camino que va de Jaén a la villa de Jódar»; o la Fuente de Çafín como «una fuente en el término y obispado de mi patria, Guadix, .i. entre los pagos Marcoba y Coanes». Stefan Ruhstaller una coincidencia casi total. Los nombres que aparecen en ambas fuentes son los que siguen (cuando existen variantes consigno la forma registrada por Guadix en segundo lugar): Acequia del Mecín/ Almecín - Almicín; Río Alhama; Alcudia; Alhamarin - El Hamerín; Almidar; Faugena - Fauxena; Luchena; Grayena; Cúllar; Lopera; Vacor - Bacor; El Cigüeñi - El Cigüeñe; Frontina - Fontina/ Frontina; Paulenca; Veas; Çujar; Xeris - Xerez; Alares; Mogruz/ Almogras/ Mogras - Almagruz; Albuñán; Almidar; La calahorra de Albuñán - Calahorra; Gorafe; Alicún; Güélago; Albajarín/ Bejarín - Bejarín; Mecina - Micina; Chirivaile - Chiribayle; Façalgarraf - Fahçalgarraf; Fiñana/ Finyana - Fiñana; Galamar - El Galamar; Lanteyra - Lantayra; Mencal; Motarmy - Monte Armín; Purullena; Rías; posiblemente también Policar - El Piculiar y Malmar - Maxmar. Durante la fase de recopilación, todavía en España, el franciscano no se había limitado a anotar las formas onomásticas, sino que había llevado a cabo verdaderas encuestas entre hablantes que consideraba poseían un mejor conocimiento de los sitios que él, especialmente los «moriscos antiguos» que aún quedaban en la zona: Mencal . . . Por tradición de moriscos antiguos, con quien muchas vezes comuniqué, sé que llamaron los moros de Guadix a estas dichas sierra o montañuela Cudiat Alhaix, que en arábigo significa ‘el cerro de la culebra’ o ‘la montañuela de la culebra’, y ya este nombre se a perdido y oluidado, y la nombran por el nombre de la dicha torre y atalaya, qu’es Mencal. Mollina . . . Por tradición o relación de moros antiguos del reyno de Granada sé dezir que los reyes moros de Granada tuvieron siempre sus vacas o vacadas en aquella vega o campiña de Antequera . . . Jamilena . . . Devieron los árabes de llamar assí a aquel poblezuelo por aver en él una cosa de las más particulares del mundo, y es una fuente que mana o sale de debaxo de unas peñas, la qual, quando le parece, se seca y se está assí algunos meses y aun años, y, quando a de bolber a manar o correr no comienza poco a poco, yendo en crecimiento, sino repentinamente sale un golpe de agua tan grande que es el gobierno de aquellos pueblos, Jamilena y Torrejimeno. Y quando assí sale, me dizen que aquella agua saca y trae consigo muchas vascosidades de ovas y ranas y culebrillas, de donde en buena razón se infiere aver estado aquella agua represada en alguna valsa o laguna, allá en las entrañas de aquella sierra. Jabalón . . . río que no desciende ni tiene sus principios de sierra ni montaña como otros ríos, sino que, según me dizen, tiene sus principios y corriente de unas lagunas qu’están cerca de La Hosa. También la ciudad en la que vivió la mayor parte de sus años adultos, Granada, aparece retratada pormenorizadamente. Es cierto que la toponimia urbana recogida por Guadix no supera la que ocho años antes había publicado López Tamarid en su Compendio 10 ; la información que ofrece en la microestructura, no obs- 170 10 Incluso falta en la Recopilación uno de los nombres registrados por Tamarid (Mauror); en cambio, Guadix evita alguna errata de este («Puerta del Alcaçaua. La Puerta de la Cuesta»: Guadix escribe correctamente Bibalacaba ‘puerta de la cuesta’). La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix tante, es mucho más rica, y, como ya hemos señalado, no presenta similitudes que obliguen a pensar en un aprovechamiento directo de la obra precursora. Prueba de que Guadix hizo una investigación independiente - que incluía nuevamente consultas personales a hablantes con un conocimiento especial en la materia, como son los «moriscos antiguos» - al respecto son artículos como el dedicado a Alhóndiga Çayda: Alhóndiga Çayda significará ‘el mesón de la señora’, .i. de la reyna mora de Granada. De moriscos antiguos supe que aqueste mesón se llamó Fondaq Alcayida, porque los reyes moros de Granada tenían hecha ond [sic] y dada la renta de aquesta alhondiguilla a las reynas moras para chapines o cosas de su contentamiento. Diego de Guadix había viajado mucho para su época, según han podido reconstruir los estudiosos de su biografía (entre los que destaca Cabanelas 1993): pasó un tiempo en la ciudad de Úbeda, donde había sido llamado para ejercer de sacerdote en 1584, fue definidor de la provincia de Granada de su orden entre 1584 y 1586, cargo que conllevaba la «misión de visitar a diario los conventos de la orden franciscana» de toda esa área (Moreno 2007: xxv), y pasó posteriormente un año en las Islas Canarias como comisario visitador en la correspondiente provincia franciscana. De la primera de estas estancias son recuerdo claramente registros como los topónimos urbanos Barriqüenca (nombre de un «arrabal de la ciudad de Úbeda») o Behud («nombre de una puerta del castillo o alcázar de Úbeda»). Durante los viajes que le llevaron en calidad de visitador de su orden por la provincia de Granada conocería datos microtoponímicos como Gallina («una torre y atalaya antigua . . . entre Loxa y Alhama»), Mançanil («una fuente, pago y donadío . . . cerca de la ciudad de Loxa . . . Es un sitio o quebrada donde ay una fuente muy caudalosa, que haze ameno y muy deleytoso a todo aquel sitio»), «Alatar o La Fuente Alatar («fuente de notable y muy particular agua»), Batanor («nombre de una mala fontezuela . . . en el camino de Jaén a la villa de Jódar»), entre otros muchos. Su estancia en las Islas Canarias igualmente ha dejado huella en el corpus toponímico 11 . Las notas en que se basó Guadix al redactar las correspondientes entradas debían contener nuevamente numerosos topónimos menores (Bentaygo, Belhoco, Tintiniguada, Tamara Çayde, etc.), si bien eran seguramente bastante superficiales en cuanto a datos descriptivos de los lugares designados, a juzgar por las imprecisas localizaciones que ofrece: «Benchihigua. Es en las islas de Canaria el nombre de un pago y donadío de no sé quál isla de aquellas»; «Benhigua. Es el nombre de un pago o donadío de una de las islas de Canaria», etc. No obstante, recordaba con precisión muchas cosas que le habían llamado la atención, como 171 11 Del viaje en barco a las Islas Afortunadas posiblemente son recuerdo topónimos como Trafalgar, Çanfanejos o La Berraca («nombre de una venta qu’está cerca de Sant Lúcar de Barrameda, .i. de la otra banda del río, en el pasaje de Çanfanejos»). Stefan Ruhstaller reflejan las descripciones pormenorizadas que ofrece en algunos de los artículos, asegurando que era «testigo de vista» de todo cuanto refiere (s. Gáldar) 12 . Este material que conocía de primera mano lo incrementó con nombres que le habían aportado oralmente informantes de su entorno personal, sin duda bastante amplio en vista de su activa vida profesional; de hecho, menciona toda una serie de nombres de lugar menor de diversas áreas alejadas de su propia órbita personal que solo un lugareño le había podido proporcionar. Una de esas áreas es La Puebla de los Infantes, localidad apartada situada al sureste de la actual Sierra Morena sevillana, de cuyos alrededores cita topónimos menores como La Fuente Banduro, Alhabaras («llanadas o navas en Sierra Morena»), Algeziras («navas y llanada de tierra»), Galayo, Gibla («castillo y rastros de población antigua»), Luchena («arroyo y molinos y pago de viñas»), Jurjana («castillo antiguo»), Machamaruf («fuente . . . entre Gibla y el Cerro de los Beatos»), Mosqueros («pozo y donadío»), Raxamarchi («fuente y donadío»), etc. 13 Estos topónimos menores, ausentes con toda seguridad de cualquier mapa o texto erudito de la época, se los habían suministrado, pues, con toda seguridad personas oriundas de las localidades en cuestión, en más de un caso hermanos de hábito, como podemos sospechar a partir de referencias como las que reproduzco a continuación: Algayda . . . unos bosques o breña cerca de las villas de Cote y Morón, que son bosques del duque de Osuna, donde aora está un comvencto de mi orden, a que llaman Sant Pablo de la Breña. Burriana . . . nombre de un arroyo y donadío del obispado de Málaga, .i. cerca de un combencto de mi orden a que llaman Las Algaydas. Incluso la toponimia urbana que acababa de conocer durante su estancia en Roma le sirve para engrosar la macroestructura de su diccionario, donde encabezan artículo nombres como Laterano, Vaticano, Cosmedín o [Custodia] Mamortina. A todo este material se suman los nombres que cualquier español instruido de la época debía conocer por cultura general: nombres de ciudades (Madrid), de lu- 172 12 Un ejemplo representativo es la descripción que nos brinda del lugar de Aguadinace: «Llaman en las islas de Canaria a una cañadilla o arramblilla seca de la isla del Hierro, que tiene a la una parte y a la otra muchas cueuas o grutas en que habitauan los antiguos naturales de aquella isla, y aun ahora moran en algunas de aquellas cueuas algunos de los christianos de aquella isla.» Similar es el caso, señalado ya por Bajo/ Maíllo (2005: 16), de la pormenorizada descripción de una casa de la localidad de Gáldar. 13 Otras áreas rurales que, sin probablemente haberlas visitado personalmente, describe con bastante detalle son las del entorno de Jerez de los Caballeros, Arcos de la Frontera, Hornachuelos o Peñaflor. Los topónimos menores del área de Jerez de la Frontera que recoge (Gigonça, Barbayna, Burjena o Burugena, etc.) tal vez se los proporcionó alguna persona oriunda de esa ciudad que había conocido en Roma, según podemos sospechar por un comentario que hace s. Barbayna: «después que estoy en esta sancta ciudad de Roma, a naturales d’esta ciudad de Xerez de la Frontera e o ý do referir una historia antigua . . .». La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix gares célebres por albergar edificios o instituciones importantes (Aranjuez, Peraluillo «sitio . . . cerca de Ciudad Real donde la Sancta Hermandad haze justicia de los malhechores»), ríos caudalosos (Guadalquivir, Guadiana), etc. Guadix incluso recopiló nombres correspondientes a áreas situadas fuera de la Península Ibérica a través de la consulta directa de personas de su entorno, principalmente los expertos en lengua arábiga con los que colaboraba en el convento romano de Araceli, y a los que, como vimos, expresa su agradecimiento en el ya citado colofón a su obra (Guadix 2005: 1037). Entre estos nombres figuran con toda seguridad topónimos menores sicilianos como Gilbacari («barrio de Palermo»), Handaqaltín («valle»), Rahalí («unos jardines del conde de Rahalmuto»), Milicha («venta o ostería cerca de la ciudad de Palermo»), Hauza («parte de la ciudad de Palermo»), Lamia («venta o bodegón del obispado de Palermo») o Cadra («nombre de una torre antigua, cerca de un pueblo que se llama Fontana Morata»); o malteses - proporcionados quizá por el «reverendo señor don Leonardo Abel, maltés y obispo de Sidón», citado explícitamente en el colofón - como La Marça («En la isla de Malta el nombre de una fuente»), Maleha («una salina de la isla de Malta»), Marça («una parte al fin del puerto del vulgo») o Marça Siroco («una parte o sitio de la isla de Malta»). De los materiales descritos hasta aquí hay que separar tajantemente los que el franciscano había extraído de fuentes escritas 14 . La que más información le proporcionó es, con mucho, la Synonymia Geographica de Abraham Ortelius. No podemos equivocarnos al afirmar que esta obra constituye la única que explotó de forma constante y sistemática: se cita en un total de 302 artículos, es decir, en cerca de uno de cada seis. Es factible reconstruir el procedimiento seguido por Guadix para sacar eficazmente información de la obra del célebre geógrafo flamenco: como revela la comparación de las dos obras, partía en su búsqueda - ya aludieron a ello Bajo/ Maíllo 2005: 21 - del índice titulado «Elenchvus vocabvlorvm recentivum et barbarorvm» que incluye la obra de Ortelio en su parte final, índice que le proporcionó cómodamente un extenso listado de nombres contemporáneos entre los que solo hubo de seleccionar los que le parecían de origen árabe, para después acceder, en la parte central de la obra, a la información acerca de la localización geográfica del lugar nombrado, las correspondencias toponímicas de la Antigüedad, así como a la bibliografía reunida por Ortelio. Por ejemplo, localizó en el índice el nombre Darzira, que le remitía al artículo Cabvbathra; de este extrajo la localización geográfica y - sin preocuparse mucho por la precisión gráfica - la correspondencia antigua: 173 14 Bajo/ Maíllo 2005: 20 insinúan la posibilidad de que Guadix extrajera nombres también de mapas y listas de voces geográficas. Sin embargo, no hay indicios claros a este respecto, y si hubiera aprovechado este tipo de fuentes las áreas situadas fuera de su ámbito vital personal estarían representadas de una forma no tan heterogénea como hemos visto (con una llamativa concentración en ciertas comarcas muy concretas de datos microtoponímicos). Stefan Ruhstaller CABVBATHRA χαβύβαθρα Ptolemao Arabiae Felicis mons est. Ioannes Barrius Darzira vocat. (Ortelius 1578: 71) Darzira. Es nombre de un monte o sierra en la provincia a que llaman Arabia Felix. . . . Dize Abrahamo Ortelio que su nombre antiguo fue Cabuthia. (Guadix 2005: 576) Mientras redactaba su obra en Roma, Guadix tenía a mano algunos textos eruditos más, aunque los autores, en su mayoría italianos, a los que hace referencia explícitamente son pocos (Sansovino, Calepino,Venuto, Marliano; cf. Bajo/ Maíllo 2005: 22-23), y ninguno es aprovechado más que esporádicamente. Da una idea del poco esfuerzo que Guadix dedicó a la bibliografía anterior, excepción hecha de la Synonymia Geographica, el hecho de que cite a un autor español como Ambrosio de Morales indirectamente a través de esta: Amaya. . . . Dize Abrahamo Ortelio que leyó en Ambrosio de Morales ser el nombre de una ciudad en España, .i. cerca de Sahagum. Es probable que, estando todavía en España, ya apuntara, sin mucho cuidado, datos sueltos que había leído en libros, a juzgar por comentarios como 15 : Almizrranes. Este nombre le ý en vna historia antigua d’España y me parece, si no me acuerdo mal, qu’es vna parte de provincia hazia Segura de la Sierra. Naturalmente, no es posible reconstruir cómo llegó cada nombre a la Recopilación. Por sus características gráficas podemos suponer que, por ejemplo, los nombres italianos Chaya y Choça (el barrio napolitano de Chiaia y la ciudad veneciana de Chioggia, respectivamente) proceden de fuentes escritas, no orales, ya que Guadix respeta las grafías de la lengua original a la vez que les atribuye un étimo con consonante africada inicial: Chaya. Es en Italia el nombre de una parte o barrio de la insigne ciudad de Nápoles. Consta de cha, que en arábigo significa ‘vino’ o ‘a venido’, y de ya, que en español significa lo que suena . . . Choça. Es en Italia ciudad de la señoría de Venencia. Es chaz, que en arábigo significa ‘parte’, .i. parte de algún todo. Y corrompido dizen Choça. Lo mismo cabe decir de un registro como Bará: Bara . . . Este nombre bara, .i. el acento en la primera .a., significa en arábigo muchas cosas, .i. ‘traydor’, y también significa ‘cetro’ o ‘bara de embajador’, y también significa un cierto bastoncillo o barilla que en España traen en la mano los ministros y officiales de justicia. Y si el 174 15 También una información como la que incluye s. Alcarria puede proceder de una fuente de este tipo: «sé dezir que a toda esta prouincia, .i., a todo lo que agora llaman Alcarria, llamaron y nombraron los moros por este nombre Fechalcora, que significa ‘el collado de las aldeas’ o ‘el cerro de las aldeas’ o ‘el campo de las aldeas’.» Cf. Igualmente Fahçalgüid: «nombre con que los árabes nombraron . . . a un campo o exido . . . a que los christianos an llamado el Campo de la Verdad». La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix acento se coloca y pone en la última .a., significa ‘cédula’.Y assí no me puedo determinar a dezir qué significa este nombre sino tirando a bulto dezir que significa traydor o cetro de embaxador o vara de justicia o cédula de papel. El Padre Guadix evidentemente estaba empeñado en reunir un corpus de nombres de lugar lo más extenso posible. Para lograr este objetivo, recogía todo el material que llegaba a su conocimiento, sin desperdiciar ningún dato: por ello no hizo distinción entre nombres referentes a lugares de importancia y otros insignificantes, ni tampoco se limitó a un área concreta, ya que pretendía, además, demostrar la general difusión del árabe por el mundo. Su principal fuente de información la constituye su propio conocimiento geográfico, acumulado a lo largo de cuarenta años de una vida marcada, en su tramo próximo a la redacción del diccionario, por una gran actividad viajera; estos materiales los completó, por una parte, mediante la consulta oral a personas de su entorno, tanto en España como en Roma, y, por otra, mediante la explotación de un número muy reducido de fuentes escritas, entre las que destaca la Synonymia Geographica de Ortelio por ser la única que aprovechó de forma sistemática.A consecuencia de este tan subjetivo método recopilatorio 16 el material toponímico reunido en la Recopilación se distribuye en círculos concéntricos en torno a la personalidad del propio franciscano. En el más cercano al centro se sitúan los abundantes nombres, en gran parte topónimos menores, de su tierra natal, la localidad granadina de Guadix, cuyos referentes se describen con gran exactitud. En un segundo círculo concéntrico se localizan los nombres pertenecientes a áreas en las que residió de forma estable durante un tiempo prolongado: las ciudades de Granada y de Úbeda. En el tercero están integrados los nombres con los que entró en contacto durante los viajes que hizo por encargo de su orden; se trata de topónimos de los territorios que visitó en la provincia franciscana de Granada, así como en Canarias. Los situados en los círculos exteriores son ajenos a su propio ámbito de conocimiento, ya que le habían sido suministrados por vía indirecta, y corresponden a lugares que jamás había visitado y cuya existencia le constaba a menudo solo por la propia fuente consultada: en el cuarto se sitúan los que le habían sido comunicados oralmente por personas de su entorno, a veces con alguna información adicional sobre el lugar; y en el último los extraídos de textos escritos eruditos. Con toda probabilidad, Guadix había iniciado su labor recopilatoria mucho antes de emprender la redacción de su obra: esta constituiría un proyecto largamente acariciado, por lo que podemos imaginarnos que llevaría años anotando nombres e información sobre los lugares que designaban; estas notas quizá no fueran 175 16 Subjetivo por estar ligada la inclusión de los nombres por una parte al ámbito geográfico en el que había transcurrido la vida de Guadix, y por otra parte al ámbito social de sus contactos profesionales y a sus intereses y preocupaciones personales (de ahí que incluya tantos nombres referentes a lugares de culto de su orden). En cuanto a las fuentes escritas aprovechadas, igualmente tienen un elemento subjetivo por cuanto son, más que nada, las que casualmente tenía a su disposición durante su estancia en Roma. Stefan Ruhstaller muy sistemáticas, pero le facilitaron el establecimiento de la macroestructura en Roma, alejado del escenario geográfico al que pertenece la mayor parte de los topónimos estudiados. Sería precisamente el nuevo entorno con el que se encontró en el convento romano - donde entró en contacto con arabistas y otros eruditos de diferentes naciones y tuvo acceso a libros muy de su interés - el factor que le proporcionó el impulso decisivo para llevar su proyecto a la práctica. 5. La interpretación del material toponímico reunido 5.1 La Recopilación, obra esencialmente lingüística A diferencia de Covarrubias, que incluye en sus artículos información de todo tipo, tanto lingüística (y no solo etimológica, sino también semántica, fraseológica, sociolingüística, pragmática, etc.: de ahí el enorme interés que tiene para la investigación moderna) como enciclopédica, información que, además, expone de manera caprichosa, Guadix acota su objetivo, mucho más limitado, con precisión, y mantiene sus principios de forma rigurosa a lo largo de toda su obra: por una parte, restringe el material léxico de modo casi exclusivo a elementos que considera de origen árabe, y, por otra, apenas trasciende en su análisis los límites de lo propiamente lingüístico, y aun de lo puramente etimológico. En cuanto al material onomástico, Guadix lo acoge de forma más generosa que Covarrubias, si bien no le interesan las características del referente - por lo que trata en igualdad de condiciones los nombres de ciudades, países y ríos importantes y los de lugares carentes de toda importancia histórica, económica o política, según vimos -, a no ser que su conocimiento aporte algo a la etimología. Es decir: estudia los nombres propios (al igual que los apelativos) por su interés lingüístico, no por la importancia de lo que designan. De hecho, Guadix manifiesta repetidamente que su única preocupación es el estudio lingüístico del material; por ejemplo, tras aludir brevemente a ciertas polémicas sobre cuestiones historiográficas 17 , afirma: Abadín . . . Dense de puñaladas los auctores en la aberiguaçión de sus computaçiones, que yo no pretendo aberiguarlos sino declarar los vocablos arábigos que hallo escriptos o an podido venir a mis manos. Adra . . . Crea cada qual lo que mejor le paresciere, mi proffessión en este libro no es exsaminar quál d’estos auctores dize más verdad sino solo declarar qué significa el nombre arábigo. 176 17 Es cierto que de vez en cuando Guadix inserta información histórica o geográfica. Cuando lo hace, no obstante, es generalmente para aportar datos que vienen a justificar la motivación de su etimología (un buen ejemplo de esto es el artículo dedicado a Zamora). Son contados los casos en que ofrece tal información con independencia de su explicación lingüística; así ocurre, por ejemplo, en el artículo dedicado al nombre Guadix, en el que hace una entusiasta alabanza de su tierra natal, o s. Antequera, donde describe la ciudad de este nombre en tono no menos animado y comparándola precisamente con Guadix. La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix Guadix es riguroso no solo en la delimitación de su objetivo, sino también en la exposición de la información en el interior de sus artículos, que en su inmensa mayoría presentan una misma estructura fija: a la localización geográfica sigue la explicación, morfema por morfema, del étimo, después, cuando lo cree necesario, la justificación de los aspectos fonético y motivacional de la etimología, propuestas etimológicas alternativas, así como, cuando dispone de este dato, el nombre que tenía el lugar en otras épocas. El deseo de proceder de la forma más sistemática posible se manifiesta también en el empleo constante de fórmulas fijas específicas para la exposición de cada tipo de información, que facilitan la orientación del lector dentro del texto del artículo. Tan solo muy esporádicamente ofrece alguna información lingüística distinta de la etimológica. Pueden señalarse por ejemplo algunas muestras de fraseología que incluye nombres de lugar: en el artículo Trafalgar cita un refrán - quizá lo conociera durante su viaje a Canarias - habitual entre los marineros que navegaban por la costa gaditana: Junto al cabo de Trafalgar, o bien a la tierra o bien a la mar. Otra interesante información lingüística de carácter no etimológico que recoge cuando dispone de ella son las variantes fonéticas que circulaban entre los hablantes de su época: Agualmedina . . . corrompido dizen Agualmedina, y otros dizen Guadalmedina, y estos hablan en menor corrupción y con más propriedad. Bujalance . . . corrompido dizen Bujalance, y otros que lo corrompen más dizen Brujalance, y yerran mucho. Gebl Alfaro . . . algunas personas dizen Gibalfaro, [otras] Giblalfaro, y las unas y las otras yerran mucho, porque el nombre es Gebelalfaro o Gebl Alfaro. Panximénez . . . corrompido dizen Panximénez, y otros dizen Paximénez, y lo uno y lo otro es corrupción y disparate. Un último elemento de carácter lingüístico que Guadix incluye con cierta regularidad, aunque sin apenas sacarle provecho para su cometido etimológico, lo constituyen las correspondencias en época antigua de los topónimos que estudia; examinaremos este aspecto en el apartado siguiente. 5.2 Las ideas lingüísticas de Diego de Guadix Diego de Guadix critica repetidamente las interpretaciones toponímicas de quienes establecen sus etimologías basándose únicamente en el parecido fonético entre el étimo y la forma documentada. A veces, llega a condenar este procedimiento con palabras cargadas de menosprecio y sorna, como revelan artículos como el dedicado a Barriqüenca: Este nombre a dado en qué pensar a muchas personas, y quiriéndolo interpretar y dezir lo que significa a auido quien, haziendo norte de solo el sonido o anatopeya del nombre, le a pareci- 177 Stefan Ruhstaller do y a dicho qu’este nombre es español, y assí significa ‘el barrio de los de Qüenca’. Y para dar salida a esta interpretación, imaginan un sueño o sueñan vna imaginación tan grande como dezir que quando los christianos ganaron a los moros esta ciudad de Úbeda, los soldados que para esto vinieron de la ciudad de Qüenca hizieron quartel y . . . aloxaron en aquella parte, y assí se llamó el Barrio de Qüenca, .i. ‘de los de Qüenca’. Todo esto es sueño y ficción de hombres que no saben la lengua arábiga, y como tales no an sabido entender qu’este nombre consta de berr, que en arábigo significa ‘campo’, y de caucan, que significa ‘caracoles’ . . . No obstante, en el fondo su propio criterio no es distinto (cf. Corriente 2005: 95; Moreno 2007: lxxx): identifica la forma consignada como lema con una secuencia de morfemas del árabe, a veces de modo muy generoso: para derivar un nombre como Ágreda de un étimo árabe algarada, Çafalonia o Chafalonia de chacifilia, Guadatortillo de guadaldildar, o Macarena de magamna, por ejemplo, ha de admitir deformaciones considerables, sin que ello le produzca los escrúpulos que manifiesta ante las hipótesis de otros; a menudo postula una forma intermedia hipotética, inventada, para hacernos más plausible la evolución (procedimiento que, por cierto, adoptaría más tarde también Covarrubias): por ejemplo, deriva Guadallas de un étimo árabe Guadaldel, y añade: «En menor corrupción dixeran Guadelas». Naturalmente, debido al desconocimiento en la época 18 de las leyes que rigen la evolución fonética interna de una lengua y la acomodación de las formas procedentes de una capa antigua cuando son asumidas por el superestrato, no existía otra vía que esta identificación intuitiva de formas fonéticamente parecidas, por lo que la interpretación etimológica se convertía en poco más que un juego de adivinanzas. El propio Guadix llegó a sospechar este hecho, pues en el prohemio describe su tarea como «a diciones o nombres arábigos y muy corruptos buscarles su integridad, que çierto ay algunos tan corruptos que me es neçessario darles mill bueltas o, si se puede dezir, adivinar, para llegarlos a su razón y integridad arábiga» (Guadix 2005: 149); análogamente, reconoce al estudiar la etimología de Çamora que «este nombre está muy corrompido y avemos de adivinar su rectitud». Para Guadix, la única forma intacta, «íntegra», de un nombre es, pues, la etimológica; todas las posteriores que presentan diferencias fonéticas son no solo arbitrarias y anárquicas, sino incluso corruptas, y la corrupción - noción que implica una valoración moral - es fruto de la ignorancia de los hablantes: como afirman Bajo/ Maíllo 2005: 96, «en último término, el capricho del vulgo carga con las culpas de las modificaciones más insólitas». Para Diego de Guadix, la tarea del etimólogo consistía, pues, en reconstruir las formas originarias, que consideraba las únicas «íntegras», «naturales» y «verdaderas». En cuanto a este aspecto, naturalmente estaba en plena sintonía con los demás eruditos de su época, que, al igual que él, se habían propuesto determinar la esencia de las cosas a través de la reconstrucción del significado original de las palabras; estas ideas, por cierto, y como es bien sabido, eran ya an- 178 18 Tanto más llamativo es el logro de Bernardo Aldrete 1606 al describir, trece años después, algo similar a las leyes fonéticas de la lingüística moderna. La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix tiguas, pues remontaban a la Antigüedad (Zamboni 1988: 29-33; Moreno 2007: lxxxii), y habían tenido en San Isidoro de Sevilla un ilustre defensor hispánico. El resurgir en el siglo XVI del viejo interés por la etimología es consecuencia, como han expuesto J. R. Carriazo y M. J. Mancho, del auge de las ideas renacentistas: el estudio etimológico perseguía inicialmente sobre todo la «dignificación de las lenguas nacionales», pues se consideraba el instrumento idóneo en la «búsqueda de las raíces primigenias de las lenguas vulgares» (Carriazo/ Mancho 2003: 216). Para la mayoría de los etimólogos se trataba de «demostrar la nobleza de las lenguas vernáculas, por lo que se pretendía equipararlas con el latín y el griego mediante conexiones más o menos forzadas»; el interés específico por el árabe que manifiesta Diego de Guadix (al igual que anteriormente López Tamarid) constituye, pues, un rasgo muy original. No es que el franciscano se oponga a la dominante «hipótesis monogenética del hebreo, que venía de la tradición de los Padres de la Iglesia, con los máximos representantes en San Agustín y San Isidoro, que obligaba a los etimólogos a remontarse hasta la lengua original de la humanidad para buscar filiaciones entre esta y las principales lenguas europeas» (Carriazo/ Mancho 2003: 216); lo que distingue su teoría - expuesta pormenorizadamente en el prohemio, así como en el artículo algarabía - de las que propugnaban otros eruditos es el estatus privilegiado que atribuye al árabe respecto de cualquier otra lengua. Guadix llega a equiparar este estatus explícitamente al del hebreo cuando afirma que «los vocablos y términos hebreos y arábigos fueron los primeros y son los más antiguos en todas las naciones y lenguas de todo el mundo uniuerso», y que «la lengua hebrea y la lengua arábiga, en caso de antigüedad, no se deben nada la una a la obra, ni entre la una y la otra ay similitud sino ydentidad, pues ambas son la lengua hebrea», aun cuando reconoce que el árabe, «andando en lenguas de árabes, se corrompió». Considera el árabe también superior al griego y el latín, lenguas ambas que, según Guadix, «hurtaron» términos del hebreo y el árabe, y que, al menos en su origen, habían sido lenguas «burdas, bastas y sin conjugación ni orden gramatical» (cf. Moreno 2011: 392). Convencido del papel de lengua «elegida» del árabe se afana por demostrar una difusión prácticamente universal del idioma en otro tiempo: para ello no titubea al atribuir etimologías arábigas a nombres de lugar de las Islas Canarias, del centro, el este y el norte de Europa (Nuruega, Alemania, Buda, Gran, Grani, etc.), de la parte meridional de África (Maçambique), de Oriente Lejano (Luzón, Melinda, Ormuz), e incluso de América (Guatimala, Lima, México, La Havana, Parramost, Perú, Parrihalchay). Cuando en esos casos se ve obligado a justificar sus propuestas, probablemente no lo hace por albergar él mismo dudas acerca de su verosimilitud, sino más bien para anticiparse a posibles reacciones escépticas de los receptores de la obra, reacciones similares a las que muy probablemente había oído de boca de los eruditos con quienes solía debatir sus teorías 19 : 179 19 Podemos encontrar disquisiciones similares s. Ardena o Dardania, Calabria, Aguadinace, o en la Quarta Advertencia de la introducción (Guadix 2005: 153). Stefan Ruhstaller Alemania . . . Alymania significa ‘la nuestra fidelidad’ o ‘la nuestra creencia’ o ‘la nuestra fe’ . . . No sé yo quién llebó esta algarabía a aquella tierra y región tan lexos de Arabia, o quién o en qué ocasión se le puso este nombre arábigo, siendo como queda dicho su nombre antiguo Germania; forçosamente emos de entender y confesar la antigüedad y generalidad de la lengua arábiga, viendo que en tierras y regiones tan remotas y apartadas de Arabia, como esta de que vamos hablando, hallamos ser su nombre arábigo, y en las Indias Occidentales, .i. en el Pirú y en México, hallamos también ser nombres arábigos estos nombres: Perú y México, y en ellos grande suma de nombres arábigos como son çamí, zara, cacique, caçabí, con otros muchos que se hallarán y podrán uer en sus lugares. En esta misma línea, no duda en fijar etimologías arábigas para los nombres de algunos de los lugares más sagrados del cristianismo en general (Vaticano) y de su propia orden en particular («Assís. Es en Italia ciudad del Val de Espoleto y patria de mi glorioso padre Sant Francisco»; [El monte] Alberna). De todo ello se desprende que Guadix había asumido como misión demostrar científicamente el estatus superior de la lengua árabe y su presencia universal. El franciscano percibía el árabe como algo propio (cf. Bajo/ Maíllo 2005: 99-100) y lo defendía a capa y espada 20 . Los datos biográficos que él mismo nos ofrece nos ayudan a comprender esta actitud, que a menudo adquiere un cariz obsesivo. Afirma en la primera advertencia del prohemio que la lengua arábiga le es «quasi materna, por averla aprendido y sabido dende niño» (Guadix 2005: 150), y que «todos los christianos viejos que en el reyno de Granada vibíamos entre moriscos, quasi todos, hablábamos la lengua arábiga» (s. mozárabe). Ya en edad adulta, su conocimiento del árabe le depara buena parte de su prestigio y de su éxito profesional, ya que es nombrado primero para el cargo de intérprete ante el tribunal de la Inquisición, y posteriormente enviado a Roma para colaborar, en el seno de un grupo de trabajo de expertos de diferentes naciones, en la traducción al árabe de los evangelios. Para evitar ser acusado de islamofilia destaca una y otra vez, y con palabras beligerantes, que la lengua árabe es independiente de la religión musulmana (cf. Moreno 2011: 393) 21 . Uno de los argumentos que alega en defensa del árabe es que este constituye precisamente un instrumento para la difusión de la fe cristiana - «yo . . . en público y en secreto e predicado muchas veçes en esta lengua arábiga a moriscos y a árabes», afirma s. adelantado -, y con su mentalidad de religioso oriundo de una 180 20 Aunque curiosamente diga, para justificar por qué incluye en su obra también léxico italiano, que lo hace para que pueda usar de él «quien en España quisiere hablar buen romançe y dar de mano a algarabías, pues que está bien sabido qu’este lenguaje de Roma o de Italia es el que en España aprendimos de los romanos que allá fueron, y por esso se llama romançe, porque es lenguaje de Roma y como digo lo aprendimos de los romanos, que es lo más acendrado de nuestra lengua castellana.» (Guadix 2005: 159). 21 Por ejemplo en el artículo Aguadinace concluye, tras una larga elucubración sobre el tema: «Esto e dicho para que nadie sea tan ignorante que le parezca ser todo una pieça o andar todo a una: el hablar en alguna tierra lengua arábiga, y el ser aquella gente decendiente de mahometanos.» La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix tierra donde conviven todavía, aunque por poco tiempo, moriscos y cristianos viejos, aprovecha la obra lexicográfica que está escribiendo para predicar sus ideas con afán misionero 22 . Es en este contexto, y más concretamente en el de la Escuela Arábica Catequista fundada por el primer arzobispo de Granada, Fray Hernando de Talavera, al poco tiempo de la reconquista, donde hemos de buscar el origen último del ambicioso proyecto de Guadix (cf. Moreno 2007: xxv-xxvii). Las ideas de Guadix sobre la historia de las lenguas son confusas.A pesar de que es consciente de que el árabe llegó a la Península Ibérica con la invasión musulmana del siglo VIII 23 , postula étimos árabes también para nombres documentados ya en los textos de la Antigüedad (documentación que conoce gracias a la consulta sistemática de Ortelio), según nos muestran ejemplos como el siguiente: Astorga . . . Consta de ax, que en arábigo significa ‘qué’, ydes, ‘quid’, y de torca, que significa ‘caminos’. De suerte que todo junto, astorca, significa ‘¡qué caminos! ’, .i. ¡qué caminos son éstos! , o ¡mirad qué caminos estos! Y corrompido dizen Astorga. Dize Abrahamo Ortelio que su nombre antiguo fue Asturica Augusta. Sería posible que los moros, guiados por este nombre Asturica, hiziesen esta corrupción Astorga, yo holgara mucho ver razón que me convenciera, porque es esta ciudad y no otra la que antiguamente tuvo este nombre Asturica Augusta. En lugar de considerar este hecho un contrasentido lo interpreta vagamente como prueba de la gran «antigüedad d’esta lengua arábiga» (Guadix 2005: 154; cf. Moreno 2011: 394-95), y su obstinación por ver en casi cualquier nombre una creación árabe 24 le lleva a hacer afirmaciones a todas luces absurdas. Paradójicamente, está dispuesto a admitir en algunos casos que la forma más antigua es preárabe, y que el árabe «corrompió» una forma anterior: Bibalbira . . . Elbira . . . es una corrupción que los árabes hizieron en este nombre Iliberis, que es el nombre antiguo de una ciudad que antiguamente tuvo su asiento en una punta de la Sierra Elbira, llamada assí Illiberis. Bursa . . . Dize Philippo Benuto que su nombre antiguo fue Brusa, y los árabes, con trocarle algunas letras, se hallaron lo medio hecho para llamarle Burxa. 181 22 Sin negar la opinión de F. Corriente 2005: 101-02, según quien para Guadix «el árabe que era, más que una vocación, un instrumento para sus metas personales», creo que el deseo ardiente de convencer al público de la verdad de sus ideas sobre el árabe fue un aliciente no menos decisivo para que el franciscano elaborara su extensa obra. 23 En el prohemio (Guadix 2005: 143-44) describe el proceso de retoponimización llevado a cabo en esa época por los árabes. 24 Tanto más sorprende encontrar algunos casos esporádicos en que postula un origen latino anterior a la llegada de los árabes, a veces muy acertadamente: «Pitras . . . Este nombre Pitra es una corrupción que los árabes hizieron en este nombre latino Petra, que significa ‘piedra’.»; «Padul . . . no es sino una corrupción que los árabes hizieron en este nombre palus, que en latín significa ‘lago’ o ‘laguna’ . . ., y como en ablativo haze palude y los árabes no saben pronunciar esta dición latina, la corrompieron y dixeron Padul.» Stefan Ruhstaller En otros casos en cambio prefiere hacer caso omiso de las evidentes similitudes entre las formas que estudia y las correspondencias antiguas extraídas de Ortelio: Mérida . . . Es marida, que en arábigo significa ‘enferma’ . . . Dize Abrahamo Ortelio que su nombre antiguo fue Augusta Emérita. Palencia . . . Dize Abrahamo Ortelio que su nombre antiguo fue este mesmo Palencia. No sé quánta verdad tenga esto, porque este nombre valencia son palabras arábigas y significa lo que acabo de decir . . . Lebrija o Librija . . . Lebirracha significa ‘no con esperança’, o ‘no con confianza’. Para ponerle los árabes este nombre tuvieron la ocasión de hallárselo medio hecho, porque dize Abrahamo Ortelio que tuvo por nombres antiguos Nebrisa y Veneria. En esta misma línea de razonamiento anacrónico mezcla en sus étimos elementos de las más variadas lenguas, independientemente de cuándo y dónde se hablaron. Los casos más frecuentes son los de desinencias de número y sufijos romances - lo mismo del castellano 25 (Ayllones, Adarconcillo, Albujón, 26 etc.) que del catalán (Aynet) o del italiano (Çaguerola) -, e incluso latinos (Carmiñola ár. carm ‘viña’ + «diminutiuo formado a la latina»), añadidos a raíces léxicas del árabe, aunque no faltan tampoco étimos basados en el tipo de formación inverso (morfema árabe agregado a raíz romance). Ejemplos como los siguientes ponen de relieve cómo para Guadix no había límite a las posibles combinaciones de elementos de diferentes lenguas: Cañalifo . . . Consta de can, que en castellano significa lo que suena, .i. ‘perro’, y de ắ alifo, que en arábigo significa ‘ceuado’ o ‘engordado’. Balbastro . . . Consta de bal, que en arábigo significa ‘con el’, y de barr, que significa ‘campo’, y de es tu, que en latín significa lo que suena, .i. ‘eres tú’. Carbona . . . Consta de gar, que en arábigo significa ‘cueva’ o ‘guarida’, y de bona, que en latín y castellano significa lo que suena. Ni siquiera respeta una cronología lógica: aunque generalmente propone étimos que implican la acción posterior del superestrato romance sobre una base árabe más antigua, a veces postula justo lo contrario 27 . Este curioso tipo de formaciones, caracterizadas por el propio lexicógrafo como «algarabía mezclada y hablada con vocas de christianos» (s. Barasuayre), refleja, como ha puesto de relieve M. Á. Moreno 2011: 394-96 (cf. también Bajo/ Maíllo 2005: 97), que Guadix partía de la idea 182 25 No le importa siquiera que el supuesto morfema castellano aparezca en un nombre africano: así, explica Gelves, «nombre de una isla o parte de África», como «plural formado a la castellana». 26 «Albujón . . . todo junto, alborch, significa ‘la torre’; y queriendo dezirlo en un superlatiuo a la castellana dizen Albujón, en menor corrupçión dixeran alborchón, que significara ‘el torrejón’.» 27 «Arenteyro . . . Consta de al, que en arábigo significa ‘el’, y de renteyro, que es vna corrupción que los árabes o los portugueses hizieron en este nombre español rentero.» La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix de que en España reinó durante la época musulmana un estado de bilingüismo generalizado que posibilitó la creación de nombres híbridos. Una cuestión importante que plantea Guadix es la de la manifestación de la variación lingüística a través de la formación de los topónimos 28 . Es plenamente consciente de las diferencias que existen entre el árabe dialectal y popular que aprendió en su infancia en su localidad natal y el árabe culto que se describe en las gramáticas y que manejan los traductores con los que colabora en Roma. El primero lo identifica repetidamente como mal arábigo, bulgar algarabía o «mala algarabía [que hablan en España y Sicilia]», el segundo como buena y fina algarabía o fina y antigua algarabía. Al establecer sus etimologías parte en una serie de casos de la lengua vulgar que él conocía de primera mano, y aun se sorprende cuando, como ocurre en el caso de Mundaca, la forma que cree el étimo no se ajusta a lo esperable desde el punto de vista del árabe dialectal: Almidar . . . Consta de al, que en arábigo significa ‘la’, y de mi, que en mala algarabía significa ‘agua’, y de dar, que significa ‘casas’. Alcia . . . Arábigos a auido a quien a parecido que este nombre es alçaya, que en mala algarabía significa ‘la acequia’, .i. el conduto por donde lleuan el agua a algún molino. Mundaca . . . Consta de men, que en arábigo significa ‘quién’, y de daq, que significa ‘es aquel’ . . . Advierta el lector que fuere arábigo que en la mala algarabía que los árabes hablaron en España avía de dezir mendiq o menhundiq. Como era de esperar, valora los rasgos dialectales que cree descubrir en esos nombres como fruto de la corrupción y de la ignorancia: Bédar . . . Consta de ba, que en arábigo significa ‘con’, y de darx, que significa ‘casa’. De suerte que todo junto, badarx, significa ‘con casa’, .i. ‘pueblo con casa’ o ‘lugar donde ay casa’. Y corrompido dizen Bédar. Adviértase que a esta preposición ba la corrompieron los árabes que habitaron en España y en Sicilia y dixeron be y bi. Guadalquitón . . . Y bien pareçe que fue el vulgo el que hizo estas gramaticaciones, porque aviendo de estar el gato en mudaf, .i. en genitiuo, assí que avía de dezir guadalquiti, lo puso en mubtedé, .i. en nominatiuo. Gorfí . . . Y esta contestura de gramática arábiga la hizieron árabes ignorantes, porque en fina gramática arábiga auía de dezir gorfati. No extraña, pues, que sean más numerosos los casos en que propone étimos basados en el árabe culto, aunque no deje de manifestar, en algún caso, su asombro al encontrarse con formaciones que, supuestamente, reflejan una variedad de árabe mucho más formal que la que él estaba acostumbrado a oír entre los moriscos de su tierra: Almagro . . . Consta de al, que en arábigo significa ‘la’, y de ma, que em·buena y antigua algarabía significa ‘agua’, y de agro, que en castellano significa lo que suena, .i. ‘lo opuesto de dulce’. 183 28 Cf. a este respecto las observaciones de Corriente 2005: 99. Stefan Ruhstaller Bibataubín . . . soy de parecer qu’este nombre taubin es el plural de tauba, que en fina y antigua algarabía significa ‘dicha’, ‘bienaventurança’ o ‘bien andança’. Alarcón . . . Consta de al, que en arábigo significa ‘la’, y de ắ arq, que significa ‘batalla’ o ‘matanza’, y el on es un, que es terminaçión o cadencia de un caso a que en la gramática arábiga llaman mubtedé, que corresponde a el nominatiuo de nuestra gramática latina . . . Deuió de ser docto el moro que impuso el nombre a este pueblo, pues lo supo poner en nominatiuo. Para quienes, como Guadix, habían aprendido el árabe dialectal hispánico espontáneamente en un contexto de inmersión, el árabe clásico constituía un ideal, una lengua pura, que solo dominaban los que habían recibido una formación académica adicional. El franciscano presume constantemente de poseer tal formación, por una parte dando explicaciones gramaticales acerca de sus etimologías, y, por otra, citando secuencias en árabe culto - tomadas sin excepción de las traducciones de los textos sagrados en cuya elaboración participaba durante su estancia en Roma - a modo de autoridades capaces de corroborar la veracidad de su propuesta etimológica: Abadín o El Abadín . . . Si algún curioso quisiere ver este nombre, Abadín, en escriptura autorizada, hallarlo a en el capítulo primero del Evangelio de San Lucas, donde a estas palabras latinas et regnabit in eternum le corresponden en la traducción arábiga yla alebet. Alcaudete . . .Aduierta el lector que fuere arábigo que, aunque el plural ordinario d’este nombre, cayd, es cuyd, también tiene otro plural que es caguad, en el capítulo 13 del Sancto Euangelio de Sant Marcos a aquella palabra del texto latino, presides, está en el texto arábigo caguad, que significará ‘alcaydes’ o ‘castellanos’, a que en nuestra España corrompen y dizen alcaldes. Almanchez . . . Almunechez significa ‘el sucio’ o ‘el ensuziado’ . . . Advierta el lector que fuere arábigo que en todas las partes de los sanctos euangelios donde dize spiritus inmundus está en el texto arábigo ruh nechez, que corresponde al spiritu inmundo del texto latino. Ocasionalmente estas invocaciones de los textos sagrados le sugerían interpretaciones casi místicas, pues el hecho de que un nombre de lugar contuviera - al menos en su opinión - una secuencia literal de los evangelios tenía para él una significación sobrenatural, de tal manera que el nombre se convertía en un mensaje de inspiración divina o una profecía (nomen est omen). Por ejemplo, el significado etimológico que atribuye al nombre Salamanca, ‘pidió tu lógica’ o ‘pidió tu dialéctica’, es para el franciscano «pronóstico de lo que después en ella avía de aver y ay», en referencia a la célebre universidad salmantina. En el caso de Umena, postula el significado ‘fiel o creyente’ para el étimo, que así adquiere carácter de «enunciación de lo que en aquel reyno de Francia . . . auía de acontecer», ya que la ciudad se destacaría por su fidelidad y obediencia a la «Sancta Madre Yglessia Cathólica Romana». No menos ilustrativo es el comentario acerca del topónimo Padua: Por cierto que llamar los árabes a esta ciudad por este nombre badua, que como digo significa ‘pueblo de oración’, pareçe que fue pronóstico de la devoción que después auía de aver y agora ay en esta ciudad con el cuerpo y reliquias del glorioso Sancto Antonio de Padua, fraile y sancto de mi ábito y sagrada religión, y de nación portogués. 184 La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix 5.3 El método etimológico ideado por Guadix: aciertos y desaciertos Guadix elige como étimo una secuencia de morfemas o de palabras, no pocas veces incluso una oración completa, que le sugiere la forma registrada como lema, y le bastan, como hemos visto, a menudo similitudes fonéticas lejanas. Su empeño por atribuir etimologías árabes a casi cualquier tipo de formas es tan grande que no duda en proponer numerosas hipótesis lingüísticamente inaceptables, e incluso manifiestamente descabelladas, como han reconocido unánimemente los estudiosos modernos. Las debilidades de sus explicaciones no son solo de tipo fonético (cosa perdonable dado el desconocimiento de las leyes fonéticas), sino también de tipo morfológico (cf. Corriente 2005: passim; Bajo/ Maíllo 2005: 96), como nos muestra el ejemplo representativo del nombre Babilafuente: Consta de ba, que en arábigo significa ‘con’, y de bi, que, también en arábigo, significa ‘con’, y de lafuente, que en castellano significa lo que suena. De suerte que todo junto, babilafuente, significa ‘con con la fuente’, .i. el pueblo de la fuente o el pueblo en que ay fuente, sino que se hizo este yerro: que el ‘con’ lo dizen duplicado por estas dos preposiciones arábigas ba y bi, que bastara dezir ba la fuente o bi la fuente, y, como digo, duplican ambas preposiciones, .i. ba y bi, y assí dizen Babilafuente. Tampoco el aspecto semántico o motivacional de gran parte de sus etimologías resulta más verosímil (cf. Bajo/ Maíllo 2005: 98-99): Guadix no tiene reparos en postular étimos con significados tan inconcebibles en toponimia como ‘bragas’ (Aldober), ‘cohombro’ (Alfacoça), etc., etc. A menudo incluso propone como étimos preguntas, exclamaciones, negaciones, imperativos, enunciados irónicos o expresivos de mofa: Arlança . . . arralança significa en arábigo y castellano ‘dame la lança o dad acá esa lança’. Y corrompido dizen Arlança. No sé yo por quién o en qué ocasión se dixeron estas palabras, que fueron apreciadas por tan notables que se le quedaron por nombre a este pueblo. Alfarnate . . . Todo junto, alfarnad, significará ‘el ratón se ha hecho’, o ‘hecho se ha el ratón’, o ‘criado se ha el ratón’; y corrompido dizen Alfarnate. Ayamonte . . . ayamutente significa ‘¡ea muérete tú! ’. Ayvar . . . No sé yo si estas palabras son interrogatiuas o, .i., que pregunten ¿en qué campo? o ¿en qué desierto? , o si son de mofa, .i. ¡mirad en qué campo! o ¡mirad en qué desierto! Paymogo . . . behimo ħ u significa estas palabras de ironía: hermoso es su seso o su juicio, o gentil es su seso, o gentil es su juizio. . . . Todo representa una mofa que devieron de hazer los árabes de el moro que en aquel lugar edificó e hizo asiento, por ser lugar disforme de los lugares que los moros buscan para su habitación, porque son amigos de aguas y fuentes. Su fe en el método que ha ingeniado es tan fuerte que antes cuestiona a los hablantes que crearon el nombre que estudia que su propia interpretación: Albararejo . . . Bien parece que quien compuso o deduxo este diminutiuo sabía poco de la lengua arábiga, porque siendo el nombre íntegro berr, fuera su diminutiuo berrillo o berrejo, assí qu’el nombre de esta dehesa fuera el berrillo o el berrejo. 185 Stefan Ruhstaller Arquillos . . . El nombre es arca, que en arábigo significa ‘parva’, .i. de mies. Y quiriendo dezirlo en plural y diminutibo a la castellana dizen Arquillos, aviendo de dezir Arquillas, que significará ‘parvillas’, .i. ‘parvas pequeñas de mies’. El significado de muchos de sus étimos es tan incomprensible que el propio lexicógrafo no puede ocultar a veces su sorpresa, e incluso llega a calificarlo de disparatado: Bezmeliana . . . baezmili ắ ana significa ‘con mi nombre para nosotros’, .i. por mi nombre se edificó o se edifica este pueblo, para por nosotros ser auitado; o otra razón que quadre o hincha la significación d’estas palabras: ‘con mi nombre para por nosotros’. Son algarabías o marañas de algarabía que tienen fundamento en frases o maneras de ablar arábiga, la qual traducida en castellano paresce un disparate tan grande como el d’estas palabras: con mi nombre para nosotros. Oviedo . . . auviyeddu, significa ‘o con su mano’, .i. vel cun manu eius. Vale y significa tanto como dezir o con su poder. Parecen palabras disparatadas, porque son fracmento y pedaço de alguna razón que no sabemos quándo o en qué ocasión o por quién fue dicha. Para no reconocer la debilidad de su método presenta sus teorías como explicaciones de hechos misteriosos que requieren una interpretación casi mística: de hecho, para hacer comprensible a los lectores lo que según él significan los nombres lleva a cabo una verdadera exégesis de los étimos: Alcorcón . . . alcorcun significa ‘¡el collado sé! ’ o ‘¡el cerro sé! ’ . . . A de entenderse que, por modo de brabosidad, dixo algún moro estas palabras a este pueblo o a la forçezuela o castillejo que ubo en él, que significan tanto como estas palabras castellanas: sé tan fuerte como collado o sé tan fuerte como cerro o lugar alto. Baonal . . . ba ắ unil significa ‘vendieron deleyte’, o ‘vendieron gozo’ o ‘vendieron contentamiento’. Vale tanto como estas palabras castellanas: en vender lo que bendieron, vendieron todo su deleyte y contento. Rías . . . rihax significa ‘marea ay’ o ‘ay marea’, .i. ¡ay qué marea ay aquí! , .i. ¡ay qué aire fresco! o ¡ay qué ayre fresco corre aquí! Caparra . . . las ventas de capearra significará las ‘ventas de toma daca’ o ‘de daca y toma’, .i., donde no se da ni vende algo al fiado sino jugando al juego de daca y toma. Langa . . . Lamca ắ significa ‘no asiento’, o ‘no sitio’. Vale y significa tanto como dezir sin asiento o sin sitio, .i. pueblo del mal asiento o pueblo de mal sitio. El que Guadix no dude en establecer tantas hipótesis a todas luces inverosímiles refleja algo más que una gran incapacidad para la autocrítica: la impresión general que prevalece tras la lectura es la de un extraño empecinamiento en atribuir a un número de topónimos lo más elevado posible, y de la manera que sea, un origen arábigo. Esta obsesión también le hace postular étimos árabes para formas tan evidente e indiscutiblemente castellanas como Aguilar, Allende el Agua, Perabad, La Torre de Juan Abad, Aliseda, Arenales, etc.: 186 La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix Aguilar . . . Bien a pensado el mundo qu’este nombre aguilar es deriuado y viene d’este nombre, águila, .i., que es aquilar, y es engaño porque este nombre consta de al, que en arábigo significa ‘el’, y de guila o guilla, que significa ‘fructo’ o ‘esquilmo’. Abad o La Torre de Juan Abad . . . Siempre también a entendido el vulgo qu’este nombre habla de clérigo, assí que signifique ‘Juan clérigo’, y no es sino una corrupción d’este nombre ắ abd, que en arábigo significa ‘sieruo’ o ‘vasallo’. A veces, las palabras, cargadas de desprecio y sorna, con que rechaza las explicaciones de otros parecen reflejar un carácter un tanto soberbio del franciscano 29 . Y desde luego no cabe duda de que Guadix tenía una fe absoluta en su método: sus principios y sus convicciones constituían para él verdaderos dogmas y estaban por encima de cualquier crítica, según se desprende de comentarios como los que siguen: Albalade. No sé yo si en algún tiempo ubo en aquel sitio çiudad o si llamaron assí a aquel lugar por estar tan poblado como está de casas, quintas, granjas y heredades; agora, venga por donde viniere, que el nombre es albeled, que, como acabo de dezir, significa ‘la çiudad’. Adria . . . Auido a autores que dizen qu’esta ciudad se llamó Adria por el emperador Adriano y que aquel mar se llamó Adriático también por el nombre d’este emperador; diga quien quisiere lo que mandare, qu’este nombre ắ adria significa en arábigo ‘virginal’, y este nombre Adriático significa ‘virginalillo’ o ‘virginalete’. Alixares . . . Este nombre a puesto en cuidado a muchos hombres y muy arábigos, y todos an encogido los hombros y callado sus bocas, y no me marauillo de que, aunque muy arábigos, no ayan sabido interpretarlo, porque no es nombre arábigo sino turquesco, .i. de la lengua turquesca. Consta de . . . Con todo, hay que reconocer en defensa de Guadix que en no pocas ocasiones acierta plena o parcialmente con sus etimologías 30 , y que estas siempre son fruto de una investigación original e independiente. Además, no podemos negar que, si la lectura del diccionario nos causa la impresión general de que entre las interpretaciones predominan las descaminadas y absurdas, este hecho es favorecido por la práctica del franciscano de exponer sus hipótesis con extraordinaria minuciosidad - nunca se limita a interpretar por ejemplo solo la raíz léxica, sino que explica el étimo íntegramente, morfema por morfema (cf. Moreno 2007: lxxvi) -, lo 187 29 Por ejemplo ridiculiza la etimología popular de Calabaçanos a partir del apelativo cast. calabaça achacándola al «bobo del vulgo», o califica de «disparate» una etimología alternativa propuesta por «algunos arábigos de España» para el hidrónimo Guadalimar; y respecto de una opinión de Abraham Ortelius - autor cuya obra aprovecha asiduamente - comenta: «Vien parece que era de nación alemán, y assí sabía poca algarabía.» Ya F. Corriente 2005: 94, 101-02 llamó la atención sobre los aspectos negativos de la personalidad del franciscano. 30 F. Corriente, tras analizar una por una, y desde el punto de vista de su validez científica, mil etimologías establecidas por Guadix, llegó a la conclusión de que las acertadas son «unas 500, sobre un total de unas 1000, lo que quiere decir que la proporción de aciertos es, siempre aproximadamente, del 50%» (Corriente 2005: 112); la cuota de fracaso es mayor en el caso de los topónimos que en el de los apelativos. Stefan Ruhstaller cual las hace mucho más vulnerables a la crítica que una explicación superficial y difusa que no ofrece puntos fácilmente criticables al lector sin conocimientos en la materia 31 . La razón prinicipal de los numerosos desaciertos de Guadix es sin la menor duda el desconocimiento absoluto de reglas que permitan reconstruir el étimo de modo científico. Esta debilidad del método impide que fructifiquen otras herramientas en principio muy válidas en el análisis etimológico científico que aplica Guadix de forma bastante sistemática. Destaca sobre todo su costumbre de establecer relaciones entre la forma estudiada y otras que considera afines. No pocas veces reúne material léxico muy variado con el que compara el nombre que le interesa para resolver problemas fonéticos, explicar la estructura morfológica o el significado. El caso más frecuente es el de los topónimos que cree relacionados lexicológicamente: según él, por señalar algunos ejemplos, comparten la misma etimología el topónimo mayor Jaén y el nombre del pueblo granadino de Jayena; o tienen el mismo origen las formas toponímicas Leyro (nombre de una abadía navarra), Alaheró (el de una sierra de la isla de La Gomera) y Aleró (el de un pueblo mallorquín). A veces el paralelismo que señala se limita a un aspecto morfológico: por ejemplo, para explicar Arjonilla como diminutivo de otro topónimo, Arjona, aduce formaciones análogas: «como de Valencia, Valençuela, y de Antequera, Antequeruela»; o en Fontanil llama la atención sobre las (según él) formas morfológicamente paralelas Mançanil y Cojonil. En otras ocasiones aduce antropónimos emparentados desde el punto de vista léxico, por ejemplo cuando compara el corónimo Axarafe con «Xarife, qu’es nombre de un rey moro de África», y con «el nombre de una mora llamada Xarifa». Todos estos ejemplos, y muchos más que podríamos añadir, revelan que Guadix a menudo establece todo un aparato documental a partir del cual lleva a cabo un verdadero estudio lexicológico, anticipándose así a lo que se impondría como práctica en la etimología moderna, propiamente científica. Un excelente ejemplo de esta técnica es el artículo que dedica a Gabia. Tras equiparar etimológicamente este nombre de una ciudad siria al de un homónimo granadino, explica su etimología por medio de una comparación de diversos apelativos de idéntica o similar forma: el cast. gabia ‘[en las naos] una compostura de marra y cuerdas que hazen en lo alto de los árboles o másteles del navío, donde cotidianamente puedan estar algunos hombres para marcar y gobernar una velilla, que llaman vela de gabia, y aun para dende allí pelear con los enemigos de otro navío’; el cast. gabia ‘una mala fosilla o fosillo que hazen en torno de las heredades para hazer dificultoso el paso y entrada de los ganados’; así como el italiano gabia ‘jaula’; deriva todas estas for- 188 31 Por ello, interpretaciones como las que anteriormente había expuesto Tamarid en su Compendio probablemente levantaban menos sospechas en el lector, pues este autor se limitaba a indicar tan solo el presunto significado del étimo, sin consignar este jamás de forma explícita («Alpujarra. La tierra de los guerreros»; «Campo de Çafarraya. Campo de pastores»). La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix mas de un étimo árabe habia ‘tinaja’. Finalmente, intenta justificar la relación semántica entre todas las formas que ha cotejado con la siguiente explicación: «Devieron de llamar por este nombre a todas estas cosas por alguna similitud que tendrán con tinaja, .i. o en lo hueco o en lo redondo o en lo hondo o en alguna otra qualidad.» Al hilo de sus disquisiciones etimológicas Guadix descubre diversos fenómenos lingüísticos de gran interés. Es cierto que generalmente no los comprende plenamente ni logra exponer un concepto claro al respecto, pero el mero hecho de plantear la problemática constituye un mérito nada despreciable para la época. Un ejemplo de ello es la etimología popular: además de los ejemplos, comentados anteriormente, que él describe erróneamente como reinterpretaciones a partir del castellano con que el «vulgo» intenta comprender lo que realmente son nombres acuñados en época árabe, presenta también una serie de casos perfectamente válidos: Rociana . . . Bien a pensado el mundo qu’este nombre habla de rocín o de rocío, y no habla sino de . . . Salamanca . . . Siempre entendió el mundo qu’este nombre Salamanca significa lo que suena, .i., ‘sala no cumplida’ sino falta o manca de algún miembro. Y no es assí, sino que es una corrupción d’este nombre antiguo Salmantica . . . Identifica, así mismo, a través de ejemplos concretos el concepto de los deonomásticos: Candía . . . Devieron de llamar assí a esta isla por auer en ella copia d’esta similla, o llamaron assí a esta similla por auer sido tra ý da d’esta isla. Almagro . . . Y porque el terruño d’este pueblo es vna tierra bermeja, por esto derivan de aquí y llaman almagra para significar vn cierto terruño assí bermejo, con que señalan el ganado ovejuno y tiñen o pintan otras cosas. Al estudiar el nombre Hodamás describe el fenómeno de las asociaciones que son capaces de evocar entre los hablantes ciertos nombres debido a su similitud formal con palabras fonéticamente afines 32 , pues comenta: «Siempre el mundo entendió qu’este nombre significa alguna desonestidad, y no quiere dezir sino ‘peones’ o ‘trabajadores’». Por otra parte, observa los mecanismos de desambiguación de nombres recurrentes, o de denominación de núcleos de población vecinos que forman una unidad: Canillas . . . dos poblezuelos del obispado de Málaga . . . sobrenombrados de Albayda y de Azeytuno. . . . quando dizen Canillas hablan en plural y significan ambos estos dos poblezuelos. 189 32 En este caso concreto, el verbo malsonante hoder. Bajo/ Maíllo 2005: 86-88 estudian los comentarios del franciscano ante los apelativos sometidos a interdicción lingüística. Stefan Ruhstaller Guájar o Las Guájaras . . . Y por ser como son dos pueblos d’este nombre, los nombran en este plural Guájaras. Y por estar el un pueblo d’estos en parte o sitio más alto que el otro los diferencian con dezir Guáxaras Altas y Guájaras Baxas. Muy interesantes son, así mismo, las reflexiones que dedica a la continuidad de los nombres y su transmisión de un estrato a otro, fenómenos de los que extrae conclusiones acerca de la historia del poblamiento de la zona 33 : Caslona o Cazlona . . . Dize Abrahamo Ortelio que su nombre antiguo fue Castulo, de suerte que consta de Castulo, que como digo es su nombre antiguo, y de lene, que en arábigo significa ‘para nosotros’ . . . De donde se puede bien inferir que quando entraron los moros en España devió d’estar esta ciudad poblada o en alguna de su prosperidad. Málaga . . . Es Malaca, que en arábigo significa ‘reyna’. . . . Abrahamo Ortelio no halló ni le da a esta ciudad nombre antiguo, de donde se infiere que fue fundación y población nueva y de árabes. Sevilla la Vieja . . . a esta ciudad antigua, que ya del todo está despoblada, le asignan los authores por nombre antiguo todos estos: Itálica, Ylipa y Osset. Quando los árabes entraron en España devió ya de estar esta ciudad del todo arruynada y despoblada, pues los dichos árabes no continuaron su población ni le pusieron nombre alguno arábigo. También del hecho contrario - el del abandono de nombres antiguos y su sustitución por otros de nuevo cuño - estudia ejemplos: Fahçalgarraf. Es en España el nombre con que los árabes nombraron a una heredad y donadío del término de mi patria, Guadix, a que agora llaman el Lagar de Boca Negra . . . Agora, como digo, la llaman la heredad el Lagar de Bocanegra, y a el donadío llaman Pago de Xerez. Fahçalrabe ắ . Es el nombre con que los árabes nombraron en España a unos campos o valdíos qu’están entre las ciudades de Murcia y Cartagena, a que los christianos an llamado el Campo de Cartagena . . . Y ya, como digo, an dado los christianos de mano a estas algarabías y lo llaman el Campo de Cartagena. Bibarachel . . . puerta de la insigne ciudad de Siuilla, .i. a la que oy llaman La Puerta del Almenilla. No menos interesantes son, finalmente, sus observaciones sobre la coexistencia de diferentes denominaciones, en uso cada una en un tramo limitado de su curso, de una misma corriente fluvial: Guadaxoz . . . cerca del pueblo de Guadalcáçar . . . se llama este río Guadalcáçar, y más arriba se llama Guadaxoz, y más arriba se llama el Río de Castro, y más arriba se llama el Río de Bíboras. 190 33 Ya en el prohemio (Guadix 2005: 144) había expuesto detalladamente sus ideas sobre los procesos que subyacen a estos fenómenos: la creación toponímica y la retoponimización. La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix 5.4 La justificación de las hipótesis etimológicas El deseo de Guadix de ofrecer explicaciones etimológicas lo más exhaustivas posible se manifiesta también a través de su práctica de justificar sistemáticamente sus propuestas. No se conforma con establecer el étimo, sino que, además, da a menudo todo tipo de argumentos para convencer al lector del acierto de su hipótesis. Un primer tipo de justificación se centra en el aspecto fonético de la etimología, aunque, naturalmente, dado que este es probablemente el punto más débil de su método, no aporta mucha información de utilidad real. Explica, por ejemplo, alguna peculiaridad fonética del étimo a través de las reglas del árabe culto, de cuyo conocimiento presume con frecuencia (aun cuando F. Corriente ha demostrado rotundamente que no era, ni mucho menos, tan profundo como nos quiere hacer creer el propio franciscano): por ejemplo, repite hasta la saciedad la de la asimilación de la consonante del articulo al a la inicial del lexema (Aracena, Axarquía, Azarmor, etc.). En cuanto a la evolución posterior de las formas - si bien, según vimos, achaca prácticamente todo a la corrupción (valoración tan vaga y genérica que en principio no admite matización ni contraargumento) -, en ocasiones también la justifica, más indulgentemente (y también más acertadamente), por la necesidad de adaptar el préstamo a los hábitos de pronunciación de la lengua receptora: Baçán . . . bahoçan significa ‘con cavallo’ . . . Y por gozar o gozando de más blanda y fácil pronunciación hazen esta síncopa Baçán. Bezerril . . . becerrli [sic] significa ‘con secreto para mí’ . . . y no sabiendo o no podiendo los christianos articular la dureza d’esta pronunciación, bacerrli, hazen esta corrupción Becerril. Más originales e interesantes son sus reflexiones sobre cuestiones más específicas, como los cambios fonéticos causados por la adaptación de ciertas formas de una lengua anterior al sistema fonológico del superestrato, o sobre el fenómeno de la metátesis que describe, aduciendo un caso análogo (albahaca al-fabaq), para explicar la etimología de Çafalayona a partir de fahçal ắ oyona: Sevilla . . . El nombre antiguo fue Hispal, y como los árabes no tienen .p. en su alfabeto, uvieron forçosamente de mudar la .p. en .b., y pronunciarla Hisbal . . . Bufera . . . Es buhayra, que en arábigo significa ‘marezica’ o ‘mareta’ . . . Y corrompiéndolo mudan la .h. en .f., que es muy familiar a los portogueses, y dizen Bufera. Çafalayona . . . fahçal ắ oyona significa ‘campo’ o el ‘campo de las nuestras fuentes’ . . . Y trocando las sílabas hazen esta corrupción Çafalayona, como de alhabaca, albahaca. Al no disponer de un instrumento eficaz para vincular el étimo de modo demostrable a la forma de partida, Guadix reconoce no pocas veces que la única manera de crear certidumbre sería disponer de documentación escrita de época árabe; llega a señalar incluso, con gran acierto, tipos de fuentes muy concretos: privilegios, cartas de venta o de arrendamiento de propiedades inmuebles. Esta conciencia del 191 Stefan Ruhstaller valor de la documentación antigua para el estudio etimológico (cf. Rodríguez Mediano 2008: 244) es realmente notable: Alcocer . . . No sabemos determinarnos en quál d’estas significaciones está este nombre por no verlo scripto en scriptura arábiga, para uer en su integridad quáles son las sílabas de que se compone esta dición o nombre. Almonací . . . No puedo decir más que esto por no saber bien por quáles d’estas letras o sílabas se compuso este nombre en su antigua integridad, por no verlo escripto en scriptura arábiga; quien quisiese sacar en blanco la verdadera significación del nombre de algunos d’estos pueblos, el camino sería o verlo scripto en scriptura arábiga, o buscar alguna scriptura antigua, .i. prebilegio o carta de venta o de arrendamiento, y ver con qué letras o sílabas o con quál d’estos nombres más simboliça o frisa, y assí saberle y darle su significado. Guadix recurre a sus conocimientos de gramática árabe también para justificar el aspecto morfológico de sus étimos. Una y otra vez hace alarde de su erudición: así, repite constantemente, y con palabras casi idénticas, que el segmento -an, que descubre por ejemplo en el nombre Caraman, «es terminación y cadencia de un caso a que en la gramática arábiga llaman maf ắ úl, que corresponde al acusatiuo de nuestra gramática latina», que la desinencia -in corresponde al mudaf que equipara con el genitivo latino (Alcaucín), etc. No obstante, las reglas gramaticales que invoca son pocas y bastante elementales; de hecho, como han demostrado arabistas como F. Corriente y F. Rodríguez Mediano, los conocimientos que ostenta Guadix con cierta petulancia no pasan de constituir «rudimentos gramaticales», cuyo único interés consiste en que nos pueden aportar información sobre «las condiciones reales de aprendizaje de la lengua árabe en la España de la época» (Rodríguez Mediano 2008: 244). En todo caso, resulta interesante, desde el punto de vista lexicográfico, destacar que Guadix distingue en estos casos entre dos tipos de potenciales receptores de su obra: los lectores con conocimientos especializados en la materia y que dominan el árabe, por una parte, y, por otra, los profanos: Burchsenit . . . burchzenet significa ‘torre que sustenta’ o ‘torre sustentada’ . . . Advierta el curioso lector que fuere arábigo que viene d’este verbo, açnet, que en arábigo significa ‘entiuar’ o ‘apoyar’. Alcardete o Uilla Nueua de Alcardete . . . el te es una notilla o letra de dos puntos que los árabes ponen al fin de los nombres femeninos para con ella formar las terminaciones o cadencias de los cassos; y corrompido dizen alcardete. El lector que fuere arábigo y supiere gramática arábiga entenderá bien esto. Alcaudete . . . Aduierta el lector que fuere arábigo que, aunque el plural ordinario d’este nombre, cayd, es cuyd, también tiene otro plural que es caguad . . . El tipo más ingenioso de justificación es sin duda el que pretende aclarar el aspecto motivacional de las etimologías propuestas. Guadix constantemente establece un vínculo entre el significado del étimo y las características físicas o históricas del lugar designado. A veces recurre a una descripción de este basada en su propio conocimiento para corroborar su hipótesis desde este punto de vista: 192 La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix Cañada de Çafra. Es en España el nombre de un donadío y cortijos en el obispado y término de la ciudad de Jaén . . . cañadaçafra significa ‘cañada amarilla’ o ‘valle amarillo’. Devieron de llamar assí a esta cañada o donadío por el color del terruño, que es un buhedo que tira más a amarillo que a otro color alguno. Cuando se trata de lugares que nunca ha visitado personalmente, a veces invita al lector a una comprobación in situ para convencerse del acierto de su hipótesis; otras, en cambio, intenta extraer conclusiones de (presunto) interés para la historia local a partir de la interpretación semántico-referencial de los topónimos: Bergança . . . berrhamça significa ‘el campo de cinco’ o ‘el desierto de cinco’. No sé yo estos cinco si son pueblos o castillos o begas o montes, dígalo quien obiere visto o estado en este pueblo, porque de la disposición del sitio o de aquella tierra se podría inferir o entender qué son estos cinco. Barnique . . . berrneq significa ‘tu campo’ o ‘tu desierto’ . . . Arábigos a auido a quien a parecido qu’este nombre es barniq, que en arábigo significa unas matas o albustos [sic] silvestres, que tienen la hoja algo semejante a hoja de olibo, a que en español llaman laviérnagos, de que deue de aver buena copia en esta parte o donadío. De la disposición del sitio o parte de tierra se podría inferir quál d’estas interpretaciones es la más germana y más suya. Aldeyre . . . aldeyr significa ‘el convencto’ o ‘el monesterio’ . . . Deuió de llamarse assí este poblezuelo por un castillejo antiguo qu’está por la parte de arriba d’este pueblo, donde se deuió de vibir de comunidad, .i., se deuieron de recoger en él muchos de comunidad, y nadie se marauille de que los árabes ayan llamado assí a este pueblo porque también los christianos lo hizieron assí, .i., que llamaron Monesterio a un pueblo del arçobispado de Siuilla, porque debrían de juntarse muchos en él de comunidad, .i. como frailes. Como vemos en este último ejemplo, Guadix recurre a veces a casos de motivaciones análogas para hacernos plausibe el aspecto semántico del étimo, un tipo de argumentación de gran valor todavía en la investigación toponímica moderna: Çafra . . . Este nombre, sin quitarle ni ponerle letra alguna, significa en arábigo ‘cosa amarilla’, .i. en género femenino. Devieron de llamar assí a este pueblo por el color del terruño, qu’es algo amarillo, .i. un mal bermejo; otro color de terruño bermejo hizo lo mesmo en el castillo de la ciudad de Granada, .i. que por ser el terruño bermejo se llamó la fuerza La Bermeja, que esso significa Alhambra. Alhambra . . . significa ‘la bermeja’ o ‘la colorada’, .i. ‘la rubra’; devieron de llamar assí a este real castillo y a el pueblo que digo por el terruño de que son hechos o edificados los edificios dél, que es vna tierra bermeja, no mal terruño para tapias; y no es de marauillar que los árabes llamasen assí a este castillo por el color del terruño de que son los edifficios dél, porque los christianos an hecho lo mesmo, .i. que a unas torres y forzezuela que, para ocupar una montañuela que pudiera hazer cavallero a este castillo del Alhambra se devió de edificar, le an llamado Torres Vermejas, también por el color del terruño de que están edificadas. Alburquerque . . . albercaca [sic] significará ‘la tu alberca’ o ‘el tu estanque’ . . . Deuieron de llamar assí a este pueblo por auer auido allí algún estanque o pesquera, o por ser aquel sitio alguna hondonada, y assí tener alguna similitud con estanque o alberca. En las islas de Canaria, .i. en la isla de la Palma, llaman La Caldera a otra parte de tierra, por estar como está entre unas sierras y assí ser una hondonada que pareçe tener alguna similitud con caldera. 193 Stefan Ruhstaller 6. La Recopilación como diccionario de nombres de lugar: valoración global No podemos negar que Diego de Guadix fue bastante desafortunado con sus etimologías, que en un alto porcentaje carecen de fundamento científico y resultan manifiestamente inverosímiles. La principal causa de ello es su falta de una serie de conocimientos científicos indispensables, sobre todo de las leyes que explican la evolución fonética y la adaptación a un idioma de los préstamos recibidos de otro, y también acerca de la historia de las lenguas que estudia. Federico Corriente ha demostrado, además, que los conocimientos de árabe que poseía Diego de Guadix eran bastante más modestos de lo que él mismo nos quiere hacer creer 34 . En lugar de este fundamento científico, parte de ideas y principios - unos habituales en la época, otros suyos propios - que aplica de un modo acrítico y defiende con verdadera obcecación, por lo que en muchísimos casos no duda en postular étimos que no solo el experto sino incluso cualquier lector con sentido común ha de rechazar por descabelladas. Podemos criticar al franciscano quizá por esto último, pero no por la falta de conocimientos científicos propia de la época; hacer esto sería caer en un juicio anacrónico 35 . De hecho, la mayor parte de las insuficiencias de la obra son no solo en gran medida perdonables - si, insisto, no nos empeñamos en juzgarla con criterios anacrónicos -, sino que pesan bastante menos que los indiscutibles logros alcanzados por Guadix. En primer lugar, hemos de subrayar que su obra es la primera que verdaderamente merece ser considerada un diccionario de nombres de lugar, pues el único antecedente hispánico, la breve «Exposición» incluida en el Compendio de López Tamarid, no pasa de ser un listado muy limitado de topónimos explicados superficialmente. En vista de este carácter pionero de la obra 36 resulta tanto más admirable, en primer lugar, la riqueza del material reunido para su estudio, un material, además, recordemos, recopilado en gran parte de primera mano quizá durante años, y que incluye numerosos datos de gran interés, como topónimos menores. También son dignos de consideración otros rasgos generales, como la delimitación nítida del objeto de estudio (de carácter casi exclusivamente lingüístico), la sistematicidad con que Guadix expone sus datos en forma de una microestruc- 194 34 Afirma nada menos que Guadix poseía unos «limitadísimos conocimientos de árabe, teóricos y prácticos» (Corriente 2005: 102), y que «no debió nunca llegar a la capacidad del entendimiento oral normal en esa lengua, a juzgar por su limitado conocimiento de su gramática y léxico» (Corriente 2005: 101). 35 Una opinión similar expresan Bajo/ Maíllo 2005: 6: «sin duda sus análisis etimológicos adolecen de las mismas o similares deficiencias que los de todos sus contemporáneos, por lo que no podemos pretender que Guadix concibiera los fenómenos lingüísticos tal como hacemos en la actualidad». 36 Podríamos preguntarnos si la decisión de Sebastián de Covarrubias de incluir en la macroestructura de su Tesoro no solo apelativos, sino también un número elevado de nombres propios, fue cuando menos facilitada por el hecho de disponer de los modelos de la Recopilación y el Compendio, obras que conocía y aprovechaba según hemos expuesto. La Recopilación de algunos nombres arábigos de Diego de Guadix tura ordenada y coherente, característica esta que lo diferencia claramente de Covarrubias, así como la originalidad del método de análisis que desarrolla. Al hilo de sus indagaciones sobre etimología de los nombres de lugar, Guadix adquirió conciencia acerca de toda una serie de problemas que debe resolver el toponimista en su labor interpretativa; es cierto que no siempre logró dar una solución adecuada a las cuestiones que le surgían, pero el mero hecho de plantearlas explícitamente e intentar resolverlas constituye ya un notable mérito (de hecho, el gran Covarrubias, en lo que estrictamente a la interpretación de los nombres propios se refiere, permanecería en su Tesoro de la lengua mucho más en la superficie de los problemas). Merece nuestra consideración también el esfuerzo de Guadix por explicar lo más exhaustivamente posible, esto es, morfema por morfema, las formas que somete a análisis, por mucho que a menudo no logre convencernos de su opinión. Durante sus pesquisas, a pesar de que generalmente no sobrepasan la especulación, se percata de cuestiones muy importantes aún para la investigación toponímica moderna, propiamente científica: es consciente de la importancia de una sólida base documental, de formas tanto contemporáneas (de hecho, recoge con cierta frecuencia variantes vivas en el uso de los hablantes de su época) como históricas (por una parte, extrae de Ortelio las formas correspondientes de los textos de los autores antiguos, por otra se lamenta repetidamente de no contar con formas escritas de época árabe, de no «hallarlas escriptas en escripturas arábigas», como él dice, más cercanas al étimo); encuesta a los hablantes locales no solo sobre formas que circulan en el uso oral, sino también sobre las características del lugar designado por el nombre (para así ratificar el aspecto motivacional de su étimo); compara sistemáticamente las formas toponímicas que estudia con otros materiales léxicos (tanto nombres de lugar y de persona como apelativos) que considera afines bien desde el punto de vista morfológico, bien desde el semántico y referencial; descubre fenómenos más concretos, como por ejemplo el de la etimología popular, de la sustitución de nombres antiguos por otros de nuevo cuño, o las asociaciones formales que evocan ciertos nombres, por recordar tan solo algunos de los que hemos descrito pormenorizadamente a lo largo de este trabajo. En suma: la Recopilación de algunos nombres arábigos constituye una obra importante para reconstruir la historia tanto de la lexicografía del español como de la investigación toponomástica en general. Para valorarla adecuadamente es necesario situarla en el preciso contexto histórico y científico de su época, y atender - más que a las debilidades que sin duda tiene - a su gran originalidad y a los numerosos aspectos positivos e innovadores que presenta. Sevilla Stefan Ruhstaller 195 Stefan Ruhstaller Bibliografía Ahumada, I. 2007: «Prólogo», in: Guadix 2007: xi-xviii Aldrete, B. de 1606: Del origen y principio de la lengua castellana o romance que hoy se usa en España, Roma Asenjo Sedano, C. 1983: Toponimia y antroponimia de Wadi A š , s. XV, Granada Bajo Pérez, E./ Maíllo Salgado, F. 2005: «Estudio introductorio», in: Guadix 2005: 19-131 Carriazo Ruiz, J. R./ Mancho Duque, M. J. 2003: «Los comienzos de la lexicografía monolingüe», in: A. M. 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