Vox Romanica
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2000
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Kristol De StefaniComunicación, implicitud e imposición referencial
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2000
Manuel González de Ávila
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Comunicación, implicitud e imposición referencial Numerosos lingüistas reconocen que durante los procesos comunicativos se efectúa una transmisión de informaciones en al menos dos maneras diferentes, una de ellas abierta y tácita la otra, y que la segunda resulta a menudo funcionalmente más intensa que la primera 1 . Las teorías inmanentes del sentido, que lo consideraban sistema de relaciones objetivo, constante y autónomo, no podían empero sino categorizarlo como dato explícito, aunque por explicitud no haya que entender simple inmediatez, pues dicho sentido debe, para captarse, ser descodificado y laboriosamente reconstruido 2 . El acto semiósico descrito de acuerdo con el criterio de la inmanencia agota su significado en sí mismo, en su morfología manifiesta. Su explicitud, en palabras de P. Charaudeau, es el testigo de una actividad estructural del lenguaje, denominada por el autor «simbolización referencial»: la proclividad del lenguaje hacia el sistema hace que todo fenómeno lingüístico se organice en parte de modo centrípeto, que intente encerrarse, mediante un acto de designación referencial, dentro de la red tejida por los vínculos de los signos entre sí (Charaudeau 1983: 20). Pero este propender del sentido a ajustarse a través de interrelaciones y de juegos combinatorios explícitos sólo es para Charaudeau una de las dos grandes formas de actividad de la semiosis. La segunda viene, por el contrario, a alterar el reenvío recíproco de los signos copresentes, enturbiando la transparencia estructural del lenguaje y haciéndolo significar otra cosa distinta de lo que su abierta superficie proclama. Y ello es así porque «el problema de la comunicación [nótese que Charaudeau abandona, al hablar de la “comunicación”, la estricta perspectiva semántica, como habrá de hacerlo todo aquel que encare las dificultades de lo implícito en la semiosis] no es el del contenido explícitamente afirmado, el de la configuración verbal manifiesta, sino el del sentido implícito subyacente, que se deriva de la relación de los protagonistas y de las circunstancias del acto de palabra» (Charaudeau 1983: 16). Lo implícito sería responsable de la actividad serial del lenguaje, actividad que quebranta la sistemática interdependencia estructural de los signos y que los remite a algo disímil del enunciado explícito, a un exterior donde se configura la totalidad discursiva supralingüística. De ella dependen los procesos semánticos, pues en su seno los signos dejan de significar por sí mismos: el discurso, como todo significante, sobrepasa y modifica el valor codificado y relativamente estable del 1 Petöfi/ Berrio 1978: 61, Garrido Medina 1988: 148, Van Dijk 1989: 50-52, Lozano et al. 1989: 207-19, Meyer 1996: 129-31. 2 Coquet 1984: 18, Rastier 1989: 13. 13 Comunicación, implicitud e imposición referencial signo, lo hace estallar en una multiplicidad de relaciones no unívocas entre la forma y el sentido. Y de esta suerte los signos experimentan una tensión centrífuga que los obliga a significar y a comunicar únicamente en el marco de una intertextualidad superior a su mero contexto lingüístico explícito. Para Charaudeau, la vida serial de la semiosis desestabiliza la actividad estructural de los signos e impide que el signo se fije en un lugar definitivo de reconocimiento semántico: el valor de uso de un signo proviene siempre de un universo de discurso o de un dominio de experiencia determinados (Charaudeau 1983: 21-26). Charaudeau reúne así en su entendimiento de los fenómenos semiósicos tanto el poder codificador de la invariante sígnica como la maleabilidad idiosincrásica de los significados circunstanciales; lo que le permite conciliar una teoría inmanente del sentido con otra trascendente o traspositiva, y lo semiótico con lo semántico 3 , mostrando al tiempo la necesidad y los límites de cada una de esas maneras de comprender la semiosis. Pero sobre todo proporciona Charaudeau, en su reflexión sobre lo implícito y sobre el papel fundamental que desempeña en los procesos comunicativos, un encuadre teórico lo bastante amplio como para que podamos nosotros aquí incluir en él, desde nuestro propio punto de vista y prescindiendo con tal propósito de sus más sutiles disimilitudes - ya bastante subrayadas por la lingüística reciente 4 -, una serie de manifestaciones semiósicas cuyo parentesco se cifra en que todas ellas contribuyen a poner en duda la autosuficiencia y la estabilidad del sentido inmanente: la implicación, la inferencia, la presuposición, el sobreentendido. Aun cuando cabría agrandar esta lista, nuestro proceder será el contrario: guiándonos ante todo por sus derivaciones teóricas para la comprensión del texto, y a fin de averiguar qué es capaz de hacer la semiología con el hallazgo de que el lenguaje, la herramienta semiósica básica, lleva en sí un componente peligrosamente desequilibrador, lo implícito del discurso, rastrearemos a título de ejemplo generalizable el tratamiento lingüístico de las presuposiciones. 3 E. Benveniste instituyó en 1974: 21 esta famosa distinción entre lo semiótico y lo semántico: lo semiótico sería el núcleo de la lengua, dotado de intensidad, densidad y permanencia, rector de su organización interna y garante de su capacidad para generar significados; lo semántico sería la periferia de la lengua, el lugar donde lo semiótico se pone al servicio del designio comunicativo humano, y padece todos los aleas de la situación y del momento. Lo semiótico vendría a ser la estructura formal del lenguaje, un sistema de clases semiósicas cuyas unidades se delimitan y definen mutuamente en un entramado de relaciones opositivas; en él se tocaría el carácter esencial del lenguaje, aquello que funda su realidad y su generalidad. Por su parte, lo semántico surgiría a causa del funcionamiento concreto y vital del útil semiósico en condiciones dadas, en el seno de las cuales la significación deviene comunicación, y la lengua, ejercicio activo que cumple una función mediadora entre el hombre y el mundo, entre el espíritu y las cosas. Durante dicho proceso las invariantes semióticas quedan subsumidas por variables tales como la intención del locutor y el contexto en el que tiene lugar el acto lingüístico; lo semántico introduciría entonces en la lengua la particularidad y la contingencia. 4 Lyons 1980: 531, Kerbrat-Orecchioni 1991: 56s., Moeschler/ Reboul 1994: 225-76, Soutet 1995: 163s. 14 Manuel González de Ávila U. Eco da comienzo a su examen del asunto admitiendo la vaguedad de la presuposición como categoría lingüística, y su relación con hechos semiósicos muy dispares - algo que a nosotros no nos inquieta, bien al revés. Parece en cambio estar mucho más claro que las presuposiciones han sido históricamente abordadas desde dos perspectivas distintas. Eco llama a la primera perspectiva semántica: ésta, en su más rígida variante, circunscribe el campo de validez del concepto de presuposición al excluir de él «toda inferencia o implicatura que dependa del conocimiento general del mundo y de la información co-textual» (Eco 1992: 303). Dejando de lado lo heteróclito de las manifestaciones lingüísticas usualmente remitidas a ese tipo taxonómico, Eco afirma que lo propio de la teoría presuposicional semántica reside en que sólo considera aquellas presuposiciones que se instauran a causa del significado codificado de ciertos términos, y que obedecen por tanto al orden gramatical de la lengua. Son tales las presuposiciones léxicas, transmitidas por algunas unidades lingüísticas como parte de su contenido. Dichas unidades lingüísticas poseen un poder presuposicional interno, una capacidad preestablecida para, actualizándola en el discurso y convirtiéndola en poder posicional, imponer lo presupuesto: esto es, para dar a alguien o algo por descontado, como dato incontrovertible que es preciso admitir (Eco 1992: 308-11). Las presuposiciones se hallarían entonces ligadas a una convención de significado, registradas en un sistema semántico para que se activen a voluntad en los procesos discursivos. La hipótesis presuposicional semántica procura así subsumir en el funcionamiento codificado, estable y previsible del organismo lingüístico los fenómenos presupositivos, considerándolos potencialidades reguladas y normalizadas de las relaciones de significado. Las teorías inmanentes del sentido, como vemos, no tendrían nada que objetar a tal descripción de las presuposiciones, pues ésta se amolda perfectamente a sus principios. De hecho, podría decirse que el modelo de semiología estructural y neoestructural responsable de la teoría semántica de las presuposiciones, al igual que en el pasado emprendió la reducción de la presencia del locutor en el discurso a un acto de lengua, y la consecutiva transformación de lo retórico-circunstancial en lingüístico-permanente 5 , trabaja ahora para anexar también los fenómenos presupositivos a la lengua en cuanto atributos funcionales constantes de las unidades lingüísticas. Luego se afana, al cabo, por convertir a las presuposiciones en unidades de lengua saussuriana ellas mismas. El autor que más lejos se ha internado en esta ruta ha sido sin duda O. Ducrot, cuyos estudios sobre la presuposición son modélicos en más de un sentido. En 1973 Ducrot sostiene que los presupuestos deben ser incorporados al contenido mismo de los enunciados, ya que son una parte integrante de la significación, y no un requisito para el empleo del enunciado. Ducrot establece asimismo las dos prue- 5 Greimas/ Courtès 1979: 126, Chabrol 1987: 227-46, Lozano et al. 1989: 92. 15 Comunicación, implicitud e imposición referencial bas gramaticales básicas para comprobar la capacidad presuposicional de un enunciado, pruebas que consisten en transformarlo negativa e interrogativamente: mientras que la negación y la interrogación afectan al contenido explícito del enunciado, el contenido presupuesto resiste a ambas conversiones y se mantiene idéntico (Ducrot 1973: 213). Ducrot pone con ello de relieve que la presuposición es un fenómeno de lengua y no de habla, y que «depende de lo lingüístico [de la descripción semántica inmanente] y no de lo retórico [del sentido real del enunciado en un contexto preciso]». J. Caron apostilla que al hacerlo así Ducrot introduce en la propia lengua algo que hasta entonces se creía procedente del discurso (Caron 1988: 91). No obstante, algunos años más tarde Ducrot vuelve sobre sus pasos y se ve obligado a contemplar, junto a lo implícito del enunciado o implícito enuncivo, su tema hasta entonces - lo implícito como presuposición léxica, en los términos de Eco -, un implícito de la enunciación o enunciativo, que ya no se gesta en el sistema gramatical, sino en el uso concreto de un enunciado en circunstancias comunicativas particulares. Ello, siguiendo la lectura de Caron, supone que a las nuevas presuposiciones enunciativas las definirá antes su funcionalidad que no marcas lingüísticas específicas. Para no contradecir su propia hipótesis inmanente sobre las presuposiciones como hecho de lengua, Ducrot afirma con todo que lo que en último extremo hace el discurso, por medio de la enunciación, es recoger y ampliar un funcionamiento ya inscrito en el enunciado. A resultas de lo cual, piensa Caron, el distingo entre lo «lingüístico» y lo «retórico», entre lo semiótico y lo semántico, parece difuminarse un poco (Caron 1988: 92). Pero en 1984 Ducrot retoma el asunto, e intentando una vez más conservar explícitamente para la teoría presuposicional el estatuto de postulado estructuralinmanente (pertinacia sintomática de cierta fragilidad especulativa en sus ensayos previos), ensancha los aledaños de aquélla. Tras definir de nuevo las presuposiciones como patrimonio del componente lingüístico de la descripción gramatical, y tras rememorar su capacidad para sobrevivir a los cambios interrogativo y negativo del enunciado, Ducrot las separa de un fenómeno similar, los sobreentendidos, que serían aditamentos al sentido literal, con enlaces mucho más vagos respecto de la sintaxis, y que en consecuencia formarían parte del componente descriptivo retórico. A diferencia de los presupuestos, los cuales fuerzan al interlocutor a involucrarse en cierta complicidad temática con el enunciador, los sobreentendidos son aquello que se le deja concluir al interlocutor por sí mismo, y de lo que el enunciador declina responsabilizarse. Los sobreentendidos constituirían pues un hecho de enunciación, lo que los aproxima a las presuposiciones enunciativas. Ducrot, sin embargo, pronto tiene que rectificar en un reexamen de la cuestión sus conclusiones provisionales, reconociendo los aprietos del lingüista a la hora de mantener claras las diferencias entre las dos categorías de presuposiciones y los sobreentendidos, y entre sus respectivos estatutos enuncivo o enunciativo. Al final de tal repaso, acaba el autor por proponer que se comprometan siempre las presuposiciones con la enunciación, en vez de limitarlas al solo enunciado . . . Lo con- 16 Manuel González de Ávila trario en cierto modo de lo que afirmó al principio. Y lo razona aduciendo que la presuposición, aunque afecta a un contenido proposicional, es en el fondo un acto ilocutorio completo y específico, y que el poder ilocutorio de un acto ilocutorio no se halla únicamente inmerso en la estructura lingüística del enunciado, pues también depende de la realización del enunciado en una circunstancia determinada (Ducrot 1984: 39). Ducrot rompe así finalmente la frontera entre lo enuncivo y lo enunciativo, para apuntar hacia su interrelación constante, tesis que sigue manteniendo en Ducrot/ Schaeffer 1995: 454. Y si por un lado insiste en distinguir las presuposiciones y los sobreentendidos, considerando estos últimos como actos interpretativos que se derivan de un proceso específico de codificación y de descodificación del enunciado, por otro precisa Ducrot que las dos nociones tienen al menos un punto en común: el papel que desempeñan en la actividad lingüística (Ducrot/ Schaeffer 1995: 40) - papel que veremos un poco más adelante. Con lo cual se completa la pragmatización de sus primeras hipótesis: no sólo no hay presuposición totalmente ajena al contexto enunciativo, sino que además las presuposiciones se distinguen funcionalmente mal de la categoría de los sobreentendidos, los cuales no tienen nada que ver con la codificación lingüística explícita del enunciado. Como quiera que ello sea, la trayectoria teórica de Ducrot sobre las presuposiciones nos parece ejemplar por su misma vacilación entre dos extremos. Después de haber transcrito un fenómeno que se suponía discursivo, retórico, situacional y circunstancial, en otro lingüístico, semiótico, programado por el código, Ducrot se ve forzado a revisar su opinión para venir a reconocer, al cabo, el vaivén incesante que se produce entre ambos tipos de presupuestos, los lingüísticos y los discursivos, los enuncivos y los enunciativos. O, lo que es lo mismo, acaba el lingüista francés aportando indirectamente su fianza a la hipótesis de Charaudeau según la cual lo explícito y lo implícito de los actos semiósicos, la actividad estructural-centrípeta y la serial-centrífuga del lenguaje, coexisten en conflicto permanente y son susceptibles de una continua reversión y reconversión mutuas (Charaudeau 1983: 20). En este cambio de orientación de su pensamiento Ducrot concuerda con las sugerencias de la psicolingüística experimental, disciplina que trata de conducir el estudio de lo implícito desde un enfoque puramente semiótico hasta otro pragmático: los experimentos realizados sobre inferencias y presuposiciones ponen de manifiesto, según Caron 1988: 94-110, el influjo determinante de las circunstancias enunciativas en la interpretación de los enunciados, y dirigen la pesquisa hacia los aspectos funcionales de lo implícito del discurso. Claro está que el enfoque pragmático de las presuposiciones se había desarrollado incluso antes (lo acabamos de mencionar) que el semiótico o inmanente. Es el mismo U. Eco quien mejor capta la necesidad de tal perspectiva al sostener de entrada que la presuposición, como categoría abierta, sólo puede explicarse dentro de una teoría del discurso: lo heteróclito de las expresiones presuposicionales, 17 Comunicación, implicitud e imposición referencial que dificulta su comprensión inmanente, queda paliado por la semejanza funcional de todas ellas desde el punto de vista discursivo (Eco 1992: 305). Sirvan a título de ejemplo de la función presupositiva las llamadas presuposiciones existenciales. Éstas, aun no disponiendo de un poder presuposicional codificado, desencadenan empero reacciones comunicativas presuposicionales. Las presuposiciones existenciales no se derivan de un sistema de significación, como se derivaban las léxicas,ni su poder posicional está ligado a convenciones semánticas, sino que «son transmitidas directamente en el proceso de comunicación, por el hecho mismo de que alguien emita un enunciado», de donde se concluye que es preciso tomar en cuenta las particularidades de su inserción contextual. En una palabra, las presuposiciones existenciales, que implican la realidad de sus objetos de referencia, se subordinan a «la estructura interactiva pragmática del acto comunicativo» (Eco 1992: 309-32). El trabajo de síntesis de Eco a propósito del segundo tipo de manifestaciones presupositivas presenta para nosotros la ventaja de emplazar los problemas teóricos de la presuposición en el mismo plano en el que Charaudeau colocaba su tesis sobre lo implícito de los actos semiósicos, el plano de la comunicación. En efecto, el entendimiento pragmático de las presuposiciones arranca de un punto de partida común a toda búsqueda semiológica no inmanente: una cierta relativización genética y funcional del concepto absoluto de código, y el paralelo interés prestado a las modulaciones reales de los procesos comunicativos bajo el influjo de su entorno y de sus circunstancias de producción. El análisis de la dependencia contextual y situacional de los hechos presupositivos, paso previo para elaborar hipótesis más adecuadas sobre lo implícito en el lenguaje, ha sido desbrozado por Schmidt 1978: 96, quien declara sin sombra de duda: «Al igual que la referencia, la presuposición es un concepto en el nivel de la comunicación, y no en el de la gramática». Schmidt abandona en este aserto la pertinencia lingüística inmanente; y, en consonancia con los objetivos generales de la teoría del texto, considera todos los datos del orden semiósico a la luz de la función que las formas de la semiosis desempeñan dentro de la totalidad social. Para la teoría del texto, lingüística y comunicación son indisociables; el concepto lingüístico de presuposición aparece entonces como el núcleo funcional del sistema circunstancial de intercomprensión entre locutores requerido por toda actividad comunicativa, red de nociones e ideas prefijadas que es su elemento clave (Schmidt 1978: 97). Schmidt insiste en que los actos comunicativos sólo pueden entenderse correctamente si se toma en consideración la masa de presuposiciones por ellos movilizada, presuposiciones que la teoría del texto debe poder explicitar en forma de proposiciones. El conjunto de proposiciones-presuposiciones que el semiólogo discierne configura una clase de mundos posibles, compatible con las proposiciones efectivamente realizadas por los elementos lingüísticos presentes en el texto. Y sólo en relación con ese mundo posible concreto cobran su sentido las marcas lingüísticas de la textualidad. La teoría presuposicional pragmática de Schmidt conduce, en su más avanzado desarrollo, a acuñar el concepto de situación compleja presuposicional, que com- 18 Manuel González de Ávila prende «todas las condiciones específicas, limitaciones y determinaciones (socioeconómicas, socioculturales, intelectuales, biográfico-psíquicas) en que se encuentran los interlocutores en la comunicación. Determinan qué modelo de realidad social se aporta en una actividad comunicativa, y qué sistema referencial común se presupone por parte de los interlocutores, dado que sobre dicho sistema referencial descansan las instrucciones de un texto» (Schmidt 1978: 107). El alcance de los fenómenos presupositivos es ampliado en estas palabras hasta tal punto que en la teoría de la presuposición se revela una de las vías semiológicas de acceso al concepto-límite de Totalidad histórica, uno de los observatorios desde los cuales la reflexión sobre los procesos significativos y comunicativos se abre hacia la perspectiva dialéctica que trata de incorporar las formas discursivas a su contexto genealógico y de reconocer en ellas una intencionalidad concreta. Naturalmente, cada acto comunicativo no retoma en su integridad el espectro de la situación presuposicional compleja, contentándose con actualizar sólo una parte de dicho repertorio. Repertorio cuya sombra se cierne no obstante sobre el decir y lo dicho como la marca al mismo tiempo borrosa e imperativa de los límites últimos del discurso. Marca categórica, así pues, de lindes y fronteras comunicativas, porque si en algo están unánimemente de acuerdo quienes analizan las funciones de la presuposición es en que se trata de un agente semiósico constrictivo. El carácter de prescripción que revisten los presupuestos del discurso se desvela con particular nitidez en el examen de la conducta dialógica, a tal punto que O. Ducrot considera a la presuposición como un acto ilocutorio jurídico de carácter esencialmente violento. Ducrot lo explica con los siguientes términos: el contenido presuposicional de los enunciados transforma inmediatamente la situación de los interlocutores en el diálogo al determinar las posibilidades de réplica del oyente; si éste desea que la comunicación continúe, debe aceptar lo presupuesto como requisito para el desenvolvimiento del diálogo, ya que es norma del diálogo el que conserve sus presupuestos. Según Ducrot, «el derecho de hablar del oyente se modifica, en la medida en que aspira a que sus palabras se inscriban en el interior del diálogo precedente». El autor vincula entonces los fenómenos presupositivos a una concepción de conjunto de la actividad lingüística que atribuye al lenguaje, como función fundamental, el afrontamiento de las subjetividades: «Al aceptar el diálogo entablado, el oyente deviene sea prisionero sea cómplice de un mundo de sobreentendidos que el hablante ha unido al mismo acto de comunicación; los presupuestos resisten a la interrogación y a la negación, no pueden ser puestos en duda en el desarrollo del diálogo, informan su estructura y orientan sus virtualidades» (Ducrot 1973: 257). Y no muy distinto es el oficio de las presuposiciones durante las experiencias de comunicación textual en las que los sujetos no se hallan físicamente co-presentes. 19 Comunicación, implicitud e imposición referencial El marco presuposicional actualizado por un acto comunicativo concreto convoca en el discurso un mundo de representaciones y un sistema de nociones que se presumen obligatorios, incontestables, definitivamente adquiridos en calidad de otras tantas certidumbres. El discurso produce ese universo de verdades y se integra en él como aquello que mejor representa la verdad, verdad que al fin no es sino su mismo producto. Las verdades presupuestas condicionan toda réplica posterior al discurso - ora textual y explícita, ora tácita -, incluso las contestaciones que ocasionalmente pudieran proponerse denegar la verosimilitud y la consistencia referenciales del mundo posible construido por el discurso. Pues sucede que el pensamiento pragmático debe concederle al inmanente que, si bien la verdad global de un discurso se encuentra siempre en la relación entre el exterior socioexistencial y sociodiscursivo del discurso y su interior semiósico, es no obstante cierto que el discurso trabaja para crear su propia veracidad interna (Greimas/ Courtès 1979: 417). J. Caron alude a una idéntica autolegitimación enunciativa cuando comenta que algunos enunciados, en vez de precisar, para ser eficaces, del cumplimiento de ciertas condiciones de felicidad discursivas, se declaran ellos mismos oportunos por el simple hecho de haber sido emitidos. Lo que no quiere decir, continúa Caron, que lo sean en realidad: «Una orden puede ser absurda, inadecuada, inútil o inconveniente; no deja, por eso, de ser una orden» (Caron 1988: 89). El concepto de poder posicional de Eco, más arriba explicado, responde a una análoga táctica imperativa del discurso, dispuesto a doblegarse bajo la influencia del contexto, pero también capaz de instituir un nuevo contexto, o al menos de intentar instituirlo. Para Eco, cada término del discurso activa un marco de referencia complejo en virtud de su representación enciclopédica, y el poder posicional de la presuposición se encarga de asentarlo como presunto acuerdo recíproco de los participantes en la interacción discursiva (Eco 1992: 311). Por último, Schmidt certifica que el destinatario del discurso, lejos de recibir solamente la información explícita y de tomar partido únicamente por ella, acepta también sus presuposiciones implícitas - a menos que las repudie con rotundidad, lo que da lugar a una complicada serie de interferencias discursivas que impiden proseguir la comunicación. El mundo posible supuesto en un acto comunicativo pertenece, en cuanto uno de sus tipos de información, a lo que Schmidt 1978: 108 llama el nivel interpretativo obligatorio del texto enunciado. En resumen, las aportaciones de Ducrot, Eco y Schmidt demuestran que las actividades presuposicionales del discurso, comprendidas según criterios pragmáticos, funcionan como una empresa masiva de construcción semántica y de intimación referencial: generan un universo y lo imponen a la manera del único espacio habitable por el pensamiento 6 . 6 Cf. Grivel 1978: d1-d8-d9: «La información no dicha que corre bajo la información verbal realizada dirime la naturaleza del mensaje transmitido . . . Todo texto regresa a sus presuposiciones . . . Es forzoso reconocer el texto como un montaje de proposiciones evaluativas nacidas 20 Manuel González de Ávila De ser esto así, salta a la vista la similitud de lo implícito discursivo con esos otros acontecimientos semiósicos estudiados por la lingüística que son los frames o marcos del discurso. En efecto, los frames o componentes convencionales de una memoria semántica estereotipada constituyen, ellos también, sistemas más o menos coherentes y rígidos de ideas y de nociones, un instrumento conceptual que se activa automáticamente para categorizar y volver inteligibles y controlables las experiencias, ya existenciales, ya textuales, y que de ese modo enlaza lo semiótico con lo cognitivo y con lo social, amenguando la distancia que separa el texto y el mundo 7 . ¿Qué los distingue entonces de lo que Schmidt llama las «presuposiciones pragmáticas de referencia», que implantan en la comunicación modelos y patrones socioculturales de realidad, y definen un mundo posible en el que el texto tiene o debe tener sentido? (Schmidt 1978: 105s.). ¿Y qué del sistema circunstancial de intercomprensión entre locutores necesitado por el flujo comunicativo? Funcionalmente, nada: los frames, al igual que lo implícito del discurso, sirven para erigir en torno del sujeto un mundo verdadero, en el que el discurso cobra su importancia como expresión de esa misma verdad por él creada. Y este cometido discursivo, lo hemos visto, tiene carácter autoritario: las presuposiciones y los frames levantan las barreras más allá de las cuales la significación deviene abstrusa y la comunicación imposible; en su calidad de esquemas semiósicos convencionales, trazan los límites del pensamiento - algunos dirían que crean la posibilidad misma del pensamiento. Todo frame es susceptible de funcionar como implícito narrativo o discursivo, principio de inteligibilidad y obligada referencia de fondo de las representaciones textuales; y todo presupuesto tiene algo de frame, por cuanto las informaciones puestas o explícitas no actúan sino a partir de su interacción con el marco semántico convencional y estructurado de lo implícito. Aunque al sostener lo anterior no pretendemos homologar rígidamente dos categorías semiológicas que sin duda presentan disimilitudes, nos contentaremos con mencionar de entre éstas sólo la más obvia - pues lo que nos interesa es subrayar su afinidad funcional comunicativa -: a menudo únicamente las distingue el grado de transparencia con el que se asientan en el discurso. Un frame puede a veces leerse con total inmediatez en los signos del texto - pensemos, sin ir más lejos, en las codificaciones de ciertos topoi retóricos o narrativos -, mientras que lo implícito del discurso, aun siendo invariablemente asumido por el locutor o el lector cooperativo, y explicitable en forma de proposiciones, no es siempre accesible a la competencia metalingüística de cada receptor singular. Tal desemejanza, concerniente a la respectiva transparencia de su inserción en el texto, no perjudica a una segunda afinidad entre ambas categorías, además de la de la memoria general que comparten los interlocutores, actualizadas y explotadas según tal o cual forma o género . . . Depósitos de saber que forman la base de la experiencia del sujeto, la clausura de su mundo, la posibilidad de su identificación». 7 Cf. Brown/ Yule 1993: 290-312, Goffman 1989: 124-26. 21 Comunicación, implicitud e imposición referencial primera o funcional: su parentesco genealógico. Desde nuestro punto de vista, los frames y lo implícito del discurso comparten con idénticos derechos un origen común: el proceso sociosemiósico de la producción del sentido, que cristaliza formas y signos convirtiéndolos en exigencias indispensables para el correcto desenvolvimiento de la comunicación, y que les confiere una necesidad funcional devenida coacción referencial. De esta suerte, y gracias a dicha labor de cristalización, las circunstanciales configuraciones semiósicas fabricadas en la historia discursiva de una sociedad aparecen, a los ojos de los teóricos de la inmanencia, como núcleos acrónicos de significado. Los fenómenos de lo implícito y de los frames en el discurso constituirían, así pues, parte de la estrategia mediante la cual un sistema social específico - lo que M. Pêcheux llamó un conjunto de condiciones de producción determinadas (Pêcheux 1978: 41) - transforma un producto histórico fungible en un soporte de «esencias» semiósicas. La redundancia discursiva de estos elementos acaba por volverlos efectivamente necesarios a la comprensión de los mensajes que se ligan a ellos, y así las condiciones están dadas para que lo que una vez fue lógica de representación de la realidad devenga eficaz contribución a la reproducción de esa misma realidad. El poder global del discurso, por consiguiente, es el poder de presentarse como aquello que no sólo dice lo que dice, sino que también hace ser lo que dice: el discurso sería inexorablemente autoperformativo, una creación efectiva de lo real, que lo configura, lo substancializa y lo impone. La semiosis hace advenir al ser, desde su no existencia, sus figuraciones semiósicas; y puede también, en una operación inversa, convertir lo que es en una pura nada. Con razón se quejaba P. Bourdieu de que suelen malentenderse los efectos simbólicos del lenguaje debido a que se subestima la dialéctica ontológica de su mecanismo formal: «No se debería olvidar nunca que la lengua, por su infinita capacidad generativa y originaria, que le confiere el poder de producir existencia produciendo su representación colectivamente reconocida, y así realizada, es sin duda el soporte primordial del sueño del poder absoluto» (Bourdieu 1985: 16). Pero no nos corresponde aquí ocuparnos por extenso del poder coercitivo del discurso. Más bien hemos de sopesar las consecuencias de la teoría presuposicional respecto de la unidad y autonomía inmanentes del con frecuencia ontologizado objeto lengua. Debe señalarse enseguida que ninguno de los autores citados en el comentario pragmático de la presuposición niega que se codifiquen lingüísticamente cierto tipo de presuposiciones; esto es, nadie impugna de raíz su identidad semiótica estable. No lo hace Eco, cuyos análisis de las presuposiciones léxicas hemos resumido más arriba, y que propone incluso para ellas un método de descripción semántica instruccional en forma de enciclopedia (Eco 1992: 318-24); ni Caron, quien, aunque con reservas, admite que los hechos presuposicionales pueden recibir un tratamiento meramente semántico en cuanto son parte del significado (Caron 1988: 101); ni tampoco Schmidt, que sugiere dividir las presuposiciones en 22 Manuel González de Ávila dos grupos, el de las identificables en el sistema del lenguaje, a las que denomina «recurrentes», y el de aquellas presuposiciones propiamente dichas que han de inscribirse en el campo de una actividad comunicativa, consideradas por él «ocurrentes», y no ya «recurrentes» (Schmidt 1978: 104-06). Aun así, la pesquisa pragmática sobre las presuposiciones ocasiona, a no dudarlo, una mengua de importancia del criterio de gramaticalidad en su seguimiento, y una progresiva involucración de consideraciones relativas a los contextos de uso y a las circunstancias comunicativas. Los apuros en los que pone a O. Ducrot la indistinción parcial de las presuposiciones enuncivas y de las enunciativas, como también el parentesco funcional de estas últimas con los sobreentendidos, corroboran y legitiman el afán de la semiología por mostrar de qué maneras lo socioexistencial se codifica - se convierte en norma temporal de actuación sociosemiósica -, en la misma medida en que lo lingüístico-formal comienza a diluirse en sus condiciones de uso. El estudio de la función discursiva de las presuposiciones, creadoras de sistemas de intercomprensión y de modelos de realidad, aliado a la teoría de los frames, requisitos cognitivos del procesamiento de las informaciones, se dirige hacia el mismo objetivo: esclarecer la mecánica global de la realidad social en cuanto productora de significaciones, y de las significaciones como agentes de institución de la realidad social. Exterior e interior de la semiosis no están ya separados por una frontera impermeable; poco a poco se descubren en los textos más rastros de los pormenores de su elaboración. El texto es hoy para nosotros cada vez menos un dato neutro y cada vez más un hecho que contiene las huellas de voluntades humanas concretas, de motivaciones particulares; y más también un proceso, ya que su funcionamiento dentro del circuito comunicativo depende, en buen grado, de la movilización transformadora de esquemas semiósicos en el marco de una práctica social. Tours Manuel González de Ávila Bibliografía Benveniste, E. 1974: Problemas de lingüística general, Madrid Bourdieu, P. 1985: Qué significa hablar, Madrid Brown, G./ Yule, G. 1993: Análisis del discurso, Madrid Caron, J. 1988: Las regulaciones del discurso. Psicolingüística y pragmática del lenguaje, Madrid Chabrol, C. 1987: «Énonciation, interlocution, interaction», in: M. Arrivé (ed.), Sémiotique en jeu, Paris: 227-46 Charaudeau, P. 1983: Langage et discours. 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