eJournals Vox Romanica 65/1

Vox Romanica
vox
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2941-0916
Francke Verlag Tübingen
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2006
651 Kristol De Stefani

Luis Fernando Lara, De la definición lexicográfica, México (El Colegio de México) 2004, 183 p. (Col. Jornadas 146)

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2006
Manuel  Galeote
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brina, claustra, comoldre, deperdre, esperulla, far, fonedís, grazala, horribletat, ligírius, nedo, oferació, ofirent, Peça, promeia, pujador, rabegina, raonal, ret/ arret, retella, revidar, sacerdotaria, sanadura, sàrdius, sàvena, setim, solesa/ solea, sotsescur, sotsroig, tornet. . . Una auténtica mina para nuestro léxico. En las notas al texto se hacen las aclaraciones necesarias sobre palabras concretas interesantes y, si éstas merecen algún comentario más extenso, se remite a las entradas correspondientes del Glosario. Por otra parte, la presentación en columnas, de forma sinóptica, del texto original de la Vulgata y de las distintas versiones catalanas permite al lector hacerse cargo, por sí mismo, de los resultados más o menos afortunados que han podido lograr cada una de ellas, con las particularidades lingüísticas propias. Podemos felicitarnos por el inicio de este Corpus Biblicum Catalanicum y desearle una firme continuación y un feliz coronamiento. Ha de ser otro fruto notable de la filología catalana. Jordi Bruguera ★ Luis Fernando Lara, De la definición lexicográfica, México (El Colegio de México) 2004, 183 p. (Col. Jornadas 146) Las reminiscencias clásicas del propio título nos advierten de que nos enfrentamos a un inusual tratado lexicográfico, donde se agrupan seis ensayos (publicados entre 1998 y 2003) que combinan las preocupaciones teóricas con el análisis empírico de los datos y la originalidad de las hipótesis. Nos parece ocioso señalar que Luis F. Lara lleva años de entrega a la lexicografía española, disciplina en la que ha logrado una brillante experiencia y maestría, sobre todo con la elaboración del Diccionario del español de México. Dicha práctica le ha permitido conocer de primera mano las dificultades inherentes al método lexicográfico y a la definición del significado. Por este motivo, aunque en el ámbito especializado abunden los tratados con reglas de definición y clasificaciones de sus tipos, Lara consideró que no se debía posponer más la reflexión sobre la definición lexicográfica. Su larga experiencia le había enseñado que «cada significado que se explora y trata de interpretar hace resurgir por completo la complejidad del problema y actualiza las interrogantes que se ha hecho la humanidad al respecto desde tiempos antiguos» (10). Este libro nace, pues, del esfuerzo cotidiano de un lexicógrafo, cuya honestidad intelectual le lleva a reflexionar sobre una cuestión que lo inunda de dudas cada vez que se enfrenta con la definición de un vocablo nuevo. Como la lexicografía es la disciplina intelectual que mejor puede dar cuenta del «problema de la definición», le corresponde al lexicógrafo ilustrar las sombras que oscurecen las páginas filosóficas de numerosos tratadistas. El autor goza de suficiente práctica en una materia que ha interesado a todo el pensamiento occidental y sobre la que no se ponen de acuerdo ni los filósofos de la ciencia ni los lógicos. Pero no pretende «reivindicar un acercamiento exclusivo e intuitivo a la cuestión de la definición, que permita desdeñar la lógica y la filosofía de la ciencia y dar la razón a los que creen que la cuestión es banal». Antes bien, los estudios que aquí se publican parten de las enseñanzas y los conocimientos heredados de la tradición filosófica, pues el ejercicio de construir una definición «no se realiza espontáneamente, sino que requiere criterios bien establecidos y métodos bien explicados» (11). En suma, estos ensayos ofrecen un panorama donde se reivindica una parcela lingüística muy importante para la lexicografía. Redactar una definición no consiste en acumular racimos de voces ni en apuntar espontáneamente en un papel el significado del lema, como 261 Besprechungen - Comptes rendus ciertos peones de la lexicografía: esos «empleados de editoriales» que recortan o simplifican definiciones arbitrariamente. En «Autonimia, mención» y sus consecuencias para el lenguaje lexicográfico (15-31), Lara adopta una posición crítica muy clara frente a aquellos lexicógrafos - teóricos del metalenguaje - que defienden la existencia de la metalexicografía y que conciben la entrada de un artículo lexicográfico como un caso de autonimia (por ejemplo, J. Rey-Debove). Por sostener postulados estructuralistas algunos defienden la existencia de signos autonímicos, que se nombran o autorrefieren a sí mismos. Lo «que era una condición de posibilidad del estudio científico de las lenguas, se convirtió, por esa interpretación de su texto, en un principio filosófico del estructuralismo» (17). De esta manera, los estructuralistas encuentran la ventaja de que no hay que salir de la lengua para hablar del signo autonímico: como el signo se «autonombra», no es necesario alguien que lo mencione o le otorgue sentido. Así se llega a un metalenguaje natural (J. Rey-Debove) que duplica el acervo léxico de la lengua. Sin embargo, de acuerdo con una concepción pragmática, el signo no se autorrefiere. Siempre es una persona la que hace ostensible el signo como objeto de consideración científica. Por tanto, los signos autonímicos de los estructuralistas son reinterpretados - rescatando la distinción medieval entre uso y mención - como «casos de ostensión de un signo por un hablante o por un escritor, por los cuales los signos son solamente mencionados y no dejan de ser signos de la lengua natural» (22). Si aceptamos, invocando la autoridad de Ocam, que las explicaciones científicas requieren sencillez y coherencia, podríamos convenir con Lara en que «las entradas de una nomenclatura de un diccionario son solo menciones de los vocablos, no palabras de un metalenguaje». Frente a tan compleja concepción de la teoría del diccionario como metalexicografía, resulta más económico y más apropiado para la ciencia de la lingüística sostener que un discurso que tiene por objeto la lengua natural «no es necesariamente un metalenguaje» (24). Lo cierto es que la interpretación de los signos en el diccionario condiciona el método lexicográfico y la idea que el especialista se forma del diccionario como objeto. Así, frente a la interpretación metalexicográfica de raíz estructuralista (que ve en el diccionario un artificioso objeto metalingüístico), Lara propone otra teórico-pragmática, que entienda el diccionario como un fenómeno lingüístico ordinario (26). La ecuación sémica entre la palabra-entrada y las explicaciones del diccionario es de identidad. Conforme con los planteamientos de Manuel Seco sobre los aspectos formales de la definición, Lara diferencia las indicaciones relativas al signo en cuanto unidad léxica y las explicaciones que se refieren al contenido del signo. La ostensión (mención) del signo en las tradiciones lexicográficas de Occidente viene a proponer una consideración reflexiva por parte de un lector educado. Esto no es más que una elaboración de un proceso social natural: la pregunta y la respuesta acerca del signo, de su uso y de su significado. En consecuencia, el signo que encontramos en la entrada del diccionario ni se autorrefiere ni es autonímico, sino un «signo de su propia lengua puesto a consideración reflexiva por el diccionario». Mientras hay mención del signo, su uso queda suspendido. Sin embargo, solo el vocablo en uso determina la elección de acepciones, de modo que «es el uso el que opera en la definición lexicográfica, a diferencia de la mención en el lema». Si el uso selecciona la definición, el lexicógrafo exige un buen análisis antes de ensayar las definiciones para cada acepción del vocablo. Será un buen diccionario aquel que sea capaz de «ayudar a comprender la mayor parte de las lecturas de vocablos en uso en diferentes contextos» (31). Es innecesario inventar un metalenguaje en el que las entradas del diccionario no son signos lingüísticos sino «signos de sí mismos», esto es, puros homomorfos. Las especulaciones estructuralistas no deberían multiplicarse de manera antieconómica, en aras de una complejidad gratuita. Nadie podrá discutirle a Lara que simplifique la metodología lexicográfica respetando las condiciones de sencillez y exhaustividad. Estos requisitos metodológicos, 262 Besprechungen - Comptes rendus además de convenientes y oportunos, muestran bien a las claras la talla de un lexicógrafo, curtido como M. Seco, en la vanguardia de la definición lexicográfica hispanoamericana. En el segundo ensayo, El sentido de la definición lexicográfica (33-64), Lara sostiene que definición «quiere decir lo que el conjunto de los hispanohablantes entendemos por ella»; o sea, el «conjunto de proposiciones con que se explican y describen las características o cualidades de algo, sus rasgos y sus límites» (Diccionario del español usual de México, s. v.). De los distintos tipos de definición (estipulativa, constructiva, nominal, explicativa, etc.), el lexicógrafo selecciona el que conviene con el sentido del diccionario. Por propia experiencia, Lara nos recomienda tener en mente el verbo con el que se establece la ecuación sémica, condicionada a su vez por la orientación del diccionario. Puesto que cualquier definición reconstruye el conocimiento social e histórico de la lengua, no se pueden agotar todos los matices significativos que presenta la voz en el texto. A diferencia de los metalenguajes o de las lenguas artificiales, las naturales se muestran ilimitadas y útiles para el conocimiento humano. En consecuencia, si la lengua no es un producto sino una técnica, la definición lexicográfica se convierte en un dispositivo de interpretación; no se reduce a un registro de significados ya establecidos ni a «un componente mecánico y mecanizable del artículo lexicográfico». Este elemento significativo tan complejo requiere una buena redacción, precisión conceptual del lingüista y un «criterio bien definido en la selección de los diversos procedimientos definitorios que la lexicografía pone a nuestro alcance» (64). Insiste Lara en que el español nos sirve para comprender la vida y la civilización. Por eso le importa el sentido de la conducta del autor de diccionarios y hacia dónde puede encaminarse. En el siguiente trabajo (De la información a la cultura: dos sentidos de los diccionarios, 65-92), se reclama para la metodología lexicográfica no solo una buena técnica, sino una sólida concepción lingüística, añadida al conocimiento de la naturaleza del signo y del modo en que se produce la significación. En este sentido, se argumenta: a) que el significante no es un mero soporte material para designar la referencia; b) que no hay un solo nombre correcto (frente a formas dialectales, coloquiales, jergales, etc.); c) que no se puede aceptar el criterio de autoridad y de cantidad de hablantes para establecer el vocabulario normativo; d) que el significado de las palabras, lejos de la adjudicación de un significante a un concepto, es el resultado de su fusión «en el proceso real de adquisición de la lengua y en el crisol de la experiencia histórica de cada cultura» (84). Desde la perspectiva saussureana, la densidad del signo nombra los objetos, acciones y experiencias, pero, además, los matiza «de acuerdo con la manera en que cada cultura y cada civilización va construyendo su memoria colectiva». Así, el diccionario no solo informa sino que se convierte en un depósito de cultura. Como el diccionario nos descubre los matices que cada cultura deja en el signo a lo largo de su historia, el diccionario cultural podría registrar el léxico de la lengua española sin someterlo a una encorsetada unificación designadora. En lugar de reducir la variación léxica hispánica a una sola variedad - una especie de «común denominador panhispánico» -; y en lugar de perseguir los regionalismos, convendría recuperarlos y documentarlos con todos sus matices. De este modo, con la reunión de muchos diccionarios integrales regionales, podría abordarse el léxico de todo el español contemporáneo. Respecto de La definición falsificada (93-115), el lexicógrafo subraya la importancia de evitar cuantos errores falsifiquen el significado. Por ello un buen dominio de la teoría lingüística y semántica ayuda mucho para que la definición sea una interpretación, «no una determinación positiva y definitiva del significado de una palabra». Hay múltiples factores que conducen al error: datos inexactos, escasos conocimientos, distancia crítica, etc. Una 263 Besprechungen - Comptes rendus grave causa puede rastrearse en la concepción nomenclaturista del signo, al ignorar que conceptos y significados pertenecen a la lengua porque son construcciones verbales. Puede advertirse ese defecto en la lexicografía multilingüe y regional. Asimismo, el vocabulario científico de uso generalizado es fuente común de falsificaciones por una mala selección de los datos o una interpretación equivocada. Por último, el lexicógrafo debe desarrollar una actitud crítica ante su propia lengua y ante el particular mundo simbólico e ideológico en el que se ha educado, si no desea incurrir en la falsificación del significado. Para este autor, una definición ideal estaría muy atenta a todos los vínculos sociales, científicos y religiosos. Al lexicógrafo no le corresponde manifestarse sobre la existencia, materialidad, verdad o fantasía de lo significado: lo que importa en la definición es que ayude a hacer ostensibles los objetos, a «imaginarlos, comprenderlos, asumirlos, objetivarlos y, en consecuencia, mantener abierto el horizonte de lo humano» (115). El ensayo La descripción del significado del vocabulario no-estándar (117-40) reivindica el estudio de las tradiciones verbales orales gestadas en la vida cotidiana de los pueblos hispánicos, que desde siglos vienen marcadas por valoraciones negativas (incorrecciones, barbarismos, solecismos, regionalismos o localismos). Sin embargo, la lexicología que debería estudiar estas formas ha estado atenta al plano del significante, buscando estructuras y sistemas, sin atender a la significación. La semántica se ha dedicado, por su parte, al vocabulario prestigioso, literario o normalizado. Aquel vocabulario que la cultura popular atesoró carece de equivalente en el sistema léxico estandarizado, precisamente, por la capacidad significativa inherente: «Si la tuviera, perdería su valor expresivo y terminaría por desaparecer, cediéndole el lugar al estándar» (132). Tales voces patrimoniales se han perpetuado y se utilizan porque su valor significativo supera la simple designación. Por eso, la descripción lexicológica y la lexicografía deben apartarse de la glosa y orientarse en una dirección que permita al lector formarse una pálida idea de lo designado por el vocablo. Resulta necesario recuperar todos los matices del significado, conservando unidas la historia y la cultura para que el vocablo aparezca en su insustituible unicidad. Puesto que el autor ha adquirido larga experiencia en la lexicografía mexicana y que el español hablado en México y demás países hispanoamericanos - enclavados en la periferia de la lengua española - suele recibir un tratamiento marginal en los diccionarios que se redactan en la Península Ibérica, estos estudios enriquecen la universalidad del problema con su perspectiva descentralizada. Indudablemente, los contrastes del significado de los vocablos en las áreas laterales con respecto a las áreas centrales le han ayudado al teórico a reflexionar sobre la cuestión. El último de los ensayos, Una hipótesis cognoscitiva sobre el orden de acepciones (141-64), plantea que el orden lineal de las acepciones no es solo algo que afecte al método lexicográfico.Al presentar las acepciones diversas de un vocablo hay que separar significados principales de secundarios, para lo que podemos servirnos de diferentes criterios (etimología, uso, frecuencia y otros). Lara argumenta que ese orden obedece a un fenómeno semántico y no es asunto exclusivo del método lexicográfico. Así, pues, acuña la expresión modo nominativo de significación para referirse al modo privilegiado socialmente de significar la realidad. A partir de los prototipos de E. Rosch, sostiene que el modo nominativo de significación tiene una base objetiva, que arranca de la realidad. El prototipo es su base, pero el significado se gesta socialmente y constituye el estereotipo de H. Putnam. Por consiguiente, al definir el significado principal perfilamos el estereotipo que corresponde a una realidad semántica. Se deduce que el orden «lógico» de las acepciones viene determinado por la naturaleza semántica de las palabras y no por el método lexicográfico. La hipótesis cognoscitiva defendida surgió de un interesante experimento - minuciosamente descrito - desarrollado en el taller del Diccionario del español de México (DEM). Los investigadores concluyeron que el origen del significado principal era el estereotipo, de acuerdo con las investigaciones realizadas con el prototipo y las nociones de Putnan. Pero aún no estaba re- 264 Besprechungen - Comptes rendus suelta la cuestión del orden de las acepciones. Basándose en un esquema taxonómico, el orden «lógico» de acepciones refleja ese fenómeno semántico; además, tiene su origen en la naturaleza de las lenguas y en la capacidad cognoscitiva de los seres humanos. Se deduce que el orden de las acepciones es de carácter cognoscitivo, aunque ignoremos si se trata de un esquema estático de almacenamiento o de un proceso interpretativo. Hasta aquí hemos revisado el meollo de las principales disquisiciones, los fundamentos lingüístico-metodológicos de las concepciones científicas y, en definitiva, las conclusiones lexicográficas que vertebran estos ensayos redactados por Lara en diferentes momentos. Esto no es óbice para que compartan el mismo rigor, coherencia y alcance intelectual. Demuestran bien a las claras que su autor practica un método lexicográfico impecable, acompañado siempre de la reflexión teórica. Sus preocupaciones científicas persiguen objetivos realistas y certeros, formulados a partir de datos verificables. Los argumentos se exponen con admirable precisión. Cada ensayo ha demostrado la imparcialidad del autor y la persecución tenaz de la verdad científica, sin pereza ni desaliento, pese al camino largo y sin desbrozar. Además, Luis Fernando Lara es un lingüista circumspecto, ameno, con agudeza para revisar críticamente los pilares más antiguos. Airea cada asunto sin retórica estéril, con una maestría garcilasiana, con la elegancia de un tratadista clásico que domina el metalenguaje pero que escribe con voluntad de estilo, transformando el discurso cientifico en pulida pieza de orfebrería. Nadie busque en estos ensayos una lexicografía de gabinete, pues condensan la experiencia de numerosos días laborables enfrentado a la tarea de definir vocablos y perfiles significativos 1 . Cada página impresa derrocha claridad expositiva, lucidez y distancia en el análisis. En todo momento sobresale la objetividad de quien revisa a conciencia los cimientos de la lexicografía y bastantes axiomas de la lingüística contemporánea más reciente, con materiales de primera mano y originales hipótesis. Son páginas impregnadas de reflexiones hondas, sin concesiones de ningún tipo que solo buscan la verdad y la difusión de un magisterio, que resulta impagable. Manuel Galeote ★ Rosario Álvarez/ Henrique Monteagudo (ed.), Norma lingüística e variación, Santiago de Compostela (Consello da Cultura Galega/ Instituto da Lingua Galega) 2004, 436 p. Esta obra xorde das ponencias presentadas no simposio Variación e prescrición, organizado polo Instituto da Lingua Galega da Universidade de Santiago de Compostela en novembro e decembro de 2003. Conforman un total de dezanove traballos que recollen contribucións de lingüistas do eido da filoloxía galega e experiencias de destacados especialistas que participaron na redacción de gramáticas doutras linguas peninsulares coma o portugués, 265 Besprechungen - Comptes rendus 1 En las aristas de cada vocablo se acantonan perfiles nuevos. A menudo, una línea maestra o un rayo de luz cincelan las acepciones. Al mirar por vez primera, construiremos significados que naturalmente se tornarán obsolescentes enseguida. Por supuesto, no hospedaremos en el diccionario fotos movidas ni borrosas. Sin embargo, a medida que se alfabetizan las palabras, las definiciones van adquiriendo - inexorable y fatalmente - su característico color sepia: Fuera del diccionario, ahora los caballos del carro galopan sin bridas ni espuelas; no chirrían las llantas de magnesio sin ejes; el gato (la gata) ni resuella en el maletero (la maletera, la cajuela). Hay vacas lecheras que giran tres veces al día en un carrusel informatizado mientras un racimo de ventosas y tubos esterilizados ordeñan el soporte para el ácido omega 3 y el calcio. ¿Qué se hizo de la herrada de Nebrija? ¿Y del buen ordeñador, cuyas manos acariciaban la ubre mientras una voz amiga saludaba al animal? ¿Corren malos tiempos para una lexicografía que no sea histórica?