Vox Romanica
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0042-899X
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Francke Verlag Tübingen
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Kristol De Stefani¿El abad de Borbonés? Libro de Buen Amor 1235d
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Francisco de B. Marcos Alvarez
Uno de los numerosos loci critici del Libro de Buen Amor todavía no elucidados es el del v. 1235d, donde a la cabeza del cortejo eclesiástico que recibe a Don Amor figura un abad cuyo título difiere en cada uno de los tres testimonios S (Salamanca), T (Toledo) y G (Gayoso). Los editores han escogido una u otra de las tres lecciones un poco al azar, sin dar en ningún caso razones convincentes de su preferencia. En este artículo se precisa cuál es la lección correcta, se identifica el monasterio aludido y se aporta documentación probatoria.
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Vox Romanica 72 (2013): 220-229 ¿El abad de Borbonés? Libro de Buen Amor 1235d Resumen: Uno de los numerosos loci critici del Libro de Buen Amor todavía no elucidados es el del v. 1235d, donde a la cabeza del cortejo eclesiástico que recibe a Don Amor figura un abad cuyo título difiere en cada uno de los tres testimonios S (Salamanca), T (Toledo) y G (Gayoso). Los editores han escogido una u otra de las tres lecciones un poco al azar, sin dar en ningún caso razones convincentes de su preferencia. En este artículo se precisa cuál es la lección correcta, se identifica el monasterio aludido y se aporta documentación probatoria. Palabras clave: Ecdótica, crítica textual, Libro de Buen Amor, Libro de Alexandre, Orden Cisterciense Quien al leer el Libro de Buen Amor llega a la cuarteta 1225, penetra en uno de los pasajes de lectura más placentera de toda la obra, en el que resuenan ecos de la recepción de Alejandro en Babilonia del Libro de Alexandre, pero donde resalta sobre todo el alegre tono goliardesco, hedonista y pagano que el Arcipreste infunde a la narración, gracias a una pluma movida por una aparentemente espontánea y desenfadada ligereza, pero en realidad gobernada por un arte consciente, controlado y sutil que proyecta la escena en la profundidad de perspectivas de variados planos alusivos, de cuyo contraste irradia la ironía. En el calendario ha llegado el final de la cuaresma y la semana de Pasión, con sus abstinencias y mortificaciones. Doña Cuaresma, barruntando la reclusión anual a que la someterá su capital enemigo, Don Carnal, ha saltado las paredes de su encierro y se ha puesto en camino hacia Jerusalén, disfrazada de peregrina, romera o palmera. En realidad no sabemos si de verdad va a Jerusalén, lo que pretende es evadirse sin que la reconozcan sus perseguidores. Revestir el hato de romero o peregrino fue, al menos hasta el siglo XVII, una argucia frecuente para encubrir y disimular su identidad fugitivos de toda condición, voluntarios o forzosos, honrados o facinerosos, pues los romeros anónimos pululaban por los caminos de toda Europa y todo viajero se cruzaba con ellos en un momento u otro de su desplazamiento. La misma táctica que Doña Cuaresma seguirán Gaiferos y su tío cuando, en un célebre romance viejo, parten a ejecutar su venganza: Vámonos, dijo, mi tío, a París esa ciudad, en figura de romeros, no nos conozca Galván, que si Galván nos conoce mandar nos hía matar. Encima ropas de seda vistamos las de sayal; llevemos nuestras espadas por más seguros andar; llevemos sendos bordones por la gente asegurar 1 . 1 Cito el Romancero por M. Menéndez Pelayo, Antología de poetas líricos castellanos, VIII, Madrid, 1945, p. 375. Gaiferos y su tío son los «buenos» de su historia, pero también malos muy ¿El abad de Borbonés? Libro de Buen Amor 1235d 221 Regresan por su parte triunfantes, los hasta ayer desterrados Don Carnal y Don Amor a derramar sus beneficios entre el sufrido pueblo cristiano, que no está pidiendo más que ponerle a la vida un poco de chicha, de gusto y de placer. Es el mes de abril («Día era muy santo de la Pascua Mayor»), y la entrada triunfal de Don Amor entre sus súbditos castellanos coincide con la explosión primaveral de la vida, de la atracción universal entre los sexos, del júbilo reproductivo. Toda la Naturaleza, todo ser vivo exalta al Amor («los omnes e las aves e toda noble flor, / todos van resçebir, cantando, al Amor»). El aire iluminado vibra de gorjeos, de sonidos y de canciones, el campo se engalana de variados colores 2 : 1226 Resçíbenlo las aves, gayos e ruiseñores, calandrias, papagayos; mayores e menores dan cantos plazenteros e de dulçes sabores; más alegría fazen los que son más mejores. 1227 Resçíbenlo los árboles con ramos e con flores de diversas maneras, de fermosas colores; resçíbenlo los omnes e dueñas con amores; con muchos instrumentos salen los atanbores. ¿Qué omnes y qué dueñas reciben a Don Amor? Los que estàn enamorados como los que están receptivos y disponibles para el amor. Todos los estados, todos los niveles de la sociedad estamental del siglo XIV forman parte del alborozado cortejo. Desde luego, y en primer lugar, los juglares, gente mal considerada, pero que son elementos imprescindibles en toda ocasión festiva: «de juglares van llenas cuestas e erïales» (1234d). Su presencia en la atmósfera incendiada de música va prolijamente manifestada por vía metonímica mediante la detallada y célebre enumeración de sus instrumentos en las cuadernas 1228-1234, que son una amplificación de su correlato, la 1545, en el Libro de Alexandre. Sin duda ellos merecen con toda razón la prioridad que les otorga el Arcipreste en la descripción de la entrada triunfal de Don Amor, lo cual contrasta con el lugar último donde los coloca, en la recepción babilónica del gran Macedonio, el más austero autor del Alexandre, respetuoso de la rigurosa estratificación de la sociedad estamental del siglo XIII: los oratores primero, por el honor debido a la malos se disfrazaban de romeros, como aquel «omne endiablado» que atentó contra la vida de Alejandro en el asedio de Gaza, y que al autor del Alexandre, distanciándose de su fuente, le pareció lo más natural del mundo se presentase «en guis de peregrino todo muy demudado» (Libro de Alexandre, 1124c). O los que intentaron trucidar a Cifar mientras dormía: «dos omes malos e ladrones que andauan en figura de romeros» (Libro del cavallero Çifar, ed. M. A. Olsen, Madison 1984, p. 37). En el Persiles, tras desembarcar en Lisboa y convertirse en permanente objeto de la curiosidad y acoso de la gente, Periandro decide que él y su cuadrilla se disimulen bajo el hábito de peregrinos, y con esa apariencia van a continuar su viaje (M. de Cervantes Saavedra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda ed. J. B. Avalle-Arce, Madrid 1969, p. 275s.). 2 Cito por la ed. de A. Blecua, Madrid 1992. Francisco de B. Marcos Alvarez 222 religión, con el rey y sus oficiales, consejeros y letrados, los defensores luego, y después los laboratores, el pueblo revuelto y desbaratado. A la zaga siguen los grupos marginales o marginados: las dueñas, a pesar del «grant grado» que les tenía Alejandro, y los juglares tañendo sus instrumentos con gran algarabía 3 : 1542 Ivan las proçessiones ricamente ordenadas. Los clérigos primeros con sus cartas sagradas; el rëy çerca ellos, que ordenan las fadas, el que todas las gentes avié mal espantadas. 1543 Vinién aprés del rey todos sus senadores; cónsules e perfectos vinién por guïadores; después los cavalleros que son sus defensores, que los pueblos a estos acatan por señores. 1544 Vinién más a espaldas todos los del regnado; cuemo vinién de buelta era desbaratado, más en cabo las dueñas vinién tan aguisado que les avié el rëy Alexandre grant grado. 1545 El pleit’ de los juglares era fiera rïota: avié ý çinfonías, farpa, giga e rota, albogues e salterio, çitola que más trota, çítara e vïola que las cuitas enbota. Salvada la excepción y homenaje que el Arcipreste rinde a los juglares con su insólita precedencia, también son los hombres y mujeres de Iglesia los que abren el desfile de gentes innumerables que salen a los caminos a entonar los loores de Don Amor, el universal emperante: 1235 Las carreras van llenas de grandes proçesiones: muchos omnes ordenados que otorgan perdones, los clérigos seglares con muchos clerizones; en la proçesión iva el abad de Borbones. 1236 Órdenes de Çistel con las de Sant Benito, la orden de Cruzniego con su abat bendito, quantas órdenes son non las puse en escripto; «Venite, exultemus! » cantan en alto grito. 1237 Orden de Santïago con la del Ospital, Calatrava e Alcántara con la de Buenaval, abades beneditos en esta fiesta tal «Te, Amorem, laudemus! » le cantan e non ál. Los eclesiásticos manifiestan su entusiasmo entonando en honor del profano Don Amor versículos, motetes y antífonas en latín que parodian las que en las iglesias seculares y en los coros monásticos se elevan y dedican a Dios. Tenemos ahí un ele- 3 Cito por la ed. de J. Casas Rigall, Madrid 2007. ¿El abad de Borbonés? Libro de Buen Amor 1235d 223 mento claramente goliárdico, que quizás es indicio de alguna fuente que inspiró al Arcipreste, y que permite preguntarse si además de la entrada de Alejandro en Babilonia no se transluce en la de Don Amor la entrada de Jesucristo en Jerusalén. La estrofa 1235 hace una primera presentación sintética y colectiva de los clérigos que aclaman unánimes a su soberano. Los miembros del clero católico se dividían, y dividen, en dos grandes grupos globalmente aludidos en la estrofa: los componentes del clero secular o seglar y los del clero regular, los religiosos, es decir los que forman parte de una religión u orden religiosa, y viven bajo la disciplina de la regla de su Orden. Estos últimos son los mencionados en primer lugar como «omnes ordenados», variante alternativa y equipolente del sintagma preposicional atributivo «omnes de orden» 4 , cuyo correspondiente femenino «dueñas de orden» (‘monjas’) emplea el Arcipreste unos versos más abajo, en 1241a. Siguen a aquellos los clérigos seculares acompañados de sus monaguillos (clerizones), a quienes podemos imaginar balanceando los incensarios. Y tras ellos ¿quién merece el honor de ser designado a título individual y destacado entre los otros innumerables componentes del cortejo? El abad de, de, de . . . ¡Borbones! O al menos ese título le atribuye Alberto Blecua en su edición, conformándose con la lección que ofrece el manuscrito S. Bourbonne (hoy Bourbonne-les-Bains, departamento de Haute-Marne), o Bourbon (hoy Bourbon-l’Archambault, departamento del Allier), con su alfoz, el Bourbonnais o Borbonés, son y lo eran más en el siglo XIV, topónimos menores franceses, de la Francia profunda, aunque el último acabara por convertirse en el patronímico de un linaje que ocuparía ducados y tronos reales 5 . Por otra parte, ninguno de ellos fue sede de ningún monasterio importante de alguna orden religiosa medieval, si bien el célebre de Morimond, de la Orden del Císter, se alzaba a una quincena de kilómetros de Bourbonne. Por todo ello, su presencia en un poema castellano de la primera mitad del siglo XIV suscita muchas dudas. De hecho Alberto Blecua no está muy convencido y advierte a pie de página: «Se descono- 4 Los editores del LBA no han captado el sentido que tiene aquí «omnes ordenados», entendiéndolo sin duda como ‘que han recibido la ordenación sacerdotal’. El sintagma «omnes/ omes de orden» está abundantemente documentado en CORDE, he aquí la breve pero exacta explicación de Alfonso X: «los obispos ni los omnes de orden. assi cuemo monges o calonges reglares. o de otra religion qual quier que sea; no deuen tener buena [= herencia] de huerfanos en guarda.» Alfonso X, Primera Partida. Ms. British Library, Add. 20787, ed. de Ll. A. Kasten/ J. J. Nitti 1995, fol. 48r. (apud CORDE). 5 En CORDE no se encuentra un registro Borbones con valor toponímico hasta bien entrado el siglo XVI, en la Crónica del Emperador Carlos V de Alonso de Santa Cruz (donde probablemente haya de leerse Borbonés), al mencionar el secuestro que ordenó Francisco I de los estados del Condestable de Borbón, quien, traicionando a su rey, se puso al servicio de Carlos V. En cuanto al plural Borbones para nombrar a los miembros de la dinastía reinante en España, hay que esperar al siglo XVIII, como cabía esperar. La primera cita en CORDE, de 1760, corresponde a unos versos de circunstancia dedicados por Vicente García de la Huerta a la reina viuda Isabel de Farnesio. Francisco de B. Marcos Alvarez 224 ce a qué se alude con Borbones o Bordones». Y remite a una nota más amplia en el aparato explicativo final. Allí, en la p. 544, plantea más en extenso el problema, que es un problema ecdótico, porque da la casualidad que los tres testimonios conservados del LBA ofrecen cada uno una lectura distinta. A la del ms. S, con la que se resigna Alberto Blecua, hay que añadir la del ms. G, «que corrige en bordones, como voz más conocida», esto es, se trata de una trivialización del copista, y tal es la razón, se deduce, por la que Blecua se decanta por Borbones, al considerarla lectio difficilior. Por el contrario, descarta resueltamente la lección berdones del ms. T y la considera «en buena lógica textual, un error por bordones». Desde luego de las tres denominaciones sólo tiene contenido semántico en castellano bordones, ‘cayados o bastones de que se ayudan los peregrinos para caminar’. Pero eso desemboca en conjeturar, según hace Blecua, un metonímico «abad de peregrinos», cargo o institución en ninguna parte documentada, e intepretación que él considera facilior y que por ello no asume. Es ineludible aceptar que se trata de un topónimo, que por su misma naturaleza puede carecer de apoyo asociativo léxicosemántico en castellano. Esa es la posibilidad a la que en última instancia apunta Blecua: «un monasterio de Bordones o Borbones». Queda la ardua tarea de localizar el emplazamiento de ese monasterio. Don Julio Cejador, en su valiosa y hogaño centenaria edición 6 , da la preferencia en este punto al manuscrito T, y, consecuente con ello, su lectura es «el abad de Berdones». En su nota a la estrofa 1235 es, contra su costumbre, bastante escueto, y se limita a sugerir : «Probablemente de Verdones, que es del Císter, en Gascuña». La vaguedad de su propuesta quizás revela una no total convicción, porque acto seguido informa de otra posibilidad: «Hay en Galicia dos pueblos, uno Bordones y otro San Pedro de Bordones». El resto de la nota, una buena mitad, es una carga en regla contra la relajación de las costumbres del clero, porque «la verdad no debe espantar a nadie». Yo no he hallado rastro en ningún nomenclátor de los dos topónimos gallegos que menciona Cejador, deduzco que son o han sido nombres de aldeas o parroquias de ínfima importancia, lo cual contrasta con la mucha que para el Arcipreste tenía el abad de Berdones. Tampoco encuentro trazas de un monasterio gascón con la grafía Verdones, lo que más se le aproxima es uno de Vardonne, fundado en 1136, y que Dom Pierre le Nain incluyó en la tabla alfabética de las abadías de la Orden del Císter, en el tomo IX de su Essai de l’histoire de l’ordre de Citeaux tiré des annales de l’ordre et de divers autres historiens (Paris 1697). En resumen, Cejador nos deja sobre ascuas. Y, sin embargo, cuando sugirió un monasterio del Císter en Gascuña, estaba en lo cierto, como vamos a ver enseguida. Si no entró en mayores detalles, él que los daba en abundancia, sería porque se apoyaba en el borroso recuerdo de alguna lectura lejana, y no en una concreta cédula de sus ficheros. 6 Libro de buen amor, ed. J. Cejador y Frauca, Madrid 1913. ¿El abad de Borbonés? Libro de Buen Amor 1235d 225 Por su parte Jacques Joset 7 sigue al ms. G, cuando en 1235d edita «el abad de Bordones». ¿Cómo lo justifica el hispanista francés? En la nota correspondiente empieza por reconocer que «es muy difícil elegir entre las variantes de los mss.», porque si se trata de un topónimo puede ocurrir que esa localidad haya desaparecido, y, en tal caso, es preferible escoger Bordones porque al menos sabemos «que hay dos pueblos en Galicia que llevan este nombre» (ya expuse antes mis dudas sobre la existencia actual de esos pueblos). Pero el motivo último de su elección es el siguiente: «me decido por la lección de G . . . por sus posibles connotaciones con el bordón del romero», es decir, precisamente la razón por la que Blecua rechazaba Bordones como lectio facilior. Corominas 8 prefirió, como Cejador la lección de T y editó «abat de Berdones», quizás confiado en su intuición y olfato de viejo sabueso lexicólogo, porque en la larga nota que dedica a 1235d no aporta argumento alguno ni dato que fundamente su elección ni se relacione de algún modo con ella. Conjetura que Cejador pensaría en Le Verdon, pueblo en el estuario del Garona (cosa que en todo caso Cejador no dice), precisa que los topónimos gallegos Bordones los mencionó Jean Ducamin en su edición del LBA, tomando el dato de un anotador anónimo del siglo XVIII. Se pregunta si ese anotador habría sido el Padre Sarmiento, pero reconoce que se ignora. En fin, una nota prescindible. Lo más concreto que se le ocurre proponer, con algo de regodeo anticlerical, es: «ha de tratarse evidentemente de algún abad de monasterio que estaba dando que hablar». Bueno, pues Corominas acertó. No en lo de dar que hablar, sino en lo de Berdones. Efectivamente, existió un abad, o más bien unos abades, de Berdones, de carne y hueso, con su correspondiente monasterio de cal y canto. Este monasterio se fundó en 1137 por monjes cistercienses procedentes de la abadía de Morimond en un lugar situado a unos treinta kilómetros al Suroeste de Auch, en Gascuña, en el actual departamento del Gers. Al arrimo del monasterio, como solía ocurrir, se iría aglutinando una pequeña población, que hoy se llama Berdoues, compuesta por labradores, artesanos y criados al servicio del cenobio y ocupados en las explotaciones agropecuarias, que era la actividad típica de los centros monásticos cistercienses. Los habitantes de Berdoues suman hoy en torno a los quinientos, pero de quienes durante más de seiscientos años habitaron entre los muros y bajo las bóvedas conventuales de Berdones no queda ni la memoria. En cuanto a los muros y bóvedas medievales mismos, se fueron desvaneciendo año a año y piedra a piedra hasta dejar de sí sólo la memoria, sic transit . . . A Berdones, y a tantos monasterios medievales franceses, les fue tan letal la Revolución (precisamente Francesa), como a los españoles la desamortización del siglo XIX. Queda por dilucidar el nexo del lejano Berdones, con un oscuro clérigo castellano, poeta encanallado y piadoso, de principios del siglo XIV. ¿Cómo conoció y 7 Manejo la 2 a ed., Madrid 1981. 8 Libro de buen amor; ed. J. Corominas, Madrid 1973. Francisco de B. Marcos Alvarez por qué conocía el Arcipreste la existencia del abad de Berdones? Obviamente no podemos dar una respuesta personalizada y minuciosa a esa pregunta, ignorando como ignoramos todo de la vida de Juan Ruiz. Pero lo que sí podemos afirmar es que era normal que conociera de oídas o incluso en persona al abad de Berdones, y, aún más, que no hubiera sido normal que no lo conociera. Para entender por qué esto es así, hemos de hacer una breve referencia a la estructura organizativa de la Orden de Císter 9 . Fundada la casa madre de Cîteaux en 1098, al llegar al abaciado Etienne Harding en 1109 la Orden inicia un proceso de crecimiento con la erección primero de cuatro nuevas casas, La Ferté, Pontigny, Morimond y Clairvaux, entre 1113 y 1115. Son las llamadas cuatro primeras hijas de Cîteaux.Tras la profesión del carismático Bernard de Fontaine (San Bernardo), que fundará y gobernará Clairvaux hasta su muerte, el movimiento expansivo se convierte en fulgurante y en pocos decenios Europa entera se va a cubrir con una red de abadías cistercienses que guardan entre ellas una relación de filiación, gracias a la cual se va mantener sin graves fisuras al menos durante dos siglos una organización de tales dimensiones. Para conseguirlo Etienne Harding y los primeros abades idearon unos estatutos breves y de una gran simplicidad y eficacia, la Carta Caritatis et Unanimitatis. Para explicarlo en pocas palabras, y de forma conscientemente irreverente, me atrevo a decir que fue el antecesor del actual y arrollador sistema de franquicias que ha sembrado, no ya los USA o Europa, sino el mundo entero con establecimientos comerciales como MacDonald, Starbucks y otros. Cada monasterio elegía su abad y se regía autónomamente, pero tenía que observar los estatutos de la Orden, vivir según la Regla de San Benito, y ser solidario con los otros monasterios en caso necesario. La organización de los monasterios era análoga, así como la distribución del espacio y sus características arquitectónicas, por eso se puede decir, con exageración, cierto, que una iglesia cisterciense se parecía a otra iglesia cisterciense como un MacDonald se parece a otro MacDonald. La conexión de cada monasterio con el conjunto del sistema se realizaba mediante la filiación. La fundación de toda abadía se realizaba con monjes procedentes de otra, que se convertía en «madre» de la primera, y como aquella a su vez había sido fundada por otra, la recién llegada quedaba vinculada de escalón en escalón a una línea genealógica que remontaba a una de las cuatro primeras «hijas», y en última instancia a Cîteaux. El abad del monasterio madre tenía el derecho y la obligación de controlar la disciplina y el modo de vida de la hija mediante una visita anual. Algo hacedero y fácil de cumplir en los primeros años de existencia de la Orden, cuando entre la madre y la hija no mediaba excesiva distancia. Pero cuando el viaje exigió varias sema- 226 9 Obviamente, la bibliografía sobre la Orden Cisterciense es muy extensa. Para nuestro propósito, basta con remitir al completo estudio generalista de M. Pacaut 1993. Pero no debo dejar de recomendar por su fácil acceso y excelente calidad el artículo Cîteaux de Wikipedia (en francés). ¿El abad de Borbonés? Libro de Buen Amor 1235d 227 nas, el coste en tiempo, en dinero y en alteración del funcionamiento monástico hacía, y de hecho hizo, que la regularidad anual exigida por la Carta resultara en muchos casos aleatoria o imposible. Por ejemplo, del monasterio de Morimond, en los confines de Lorena, salieron los fundadores de Berdones en Gascuña, que ya es algo lejos. Y de Berdones los que, a mayor distancia, establecieron el de Valbuena de Duero en 1143 10 . Cuando la casa madre y la hija estaban dentro de Castilla el espacio que las separaba se hizo más abordable. Es lo que ocurrió con las fundaciones realizadas por los monjes de Valbuena de Duero, entre ellas, en 1164, la de Bonaval, monasterio que se encontraba si no a un tiro de ballesta, sí a un holgado día de camino, a lomos de mula, de donde el Arcipreste tenía su iglesia arciprestal y su «casilla», es decir de Hita. Es cierto que los monasterios cistercienses no estaban sometidos a la jurisdicción episcopal, y por tanto eso excluye que alguna razón profesional llevara a Juan Ruiz a visitar Bonaval. Pero no puede caber la menor duda de que el Arcipreste frecuentara a unos monjes y un monasterio situado entre Hita y la Sierra de Guadarrama, una región por la que él debió de transitar asiduamente y que es el escenario donde transcurren las peripecias de su viaje a Segovia narradas en su Libro. Ese monasterio es, según creo, el que se mienta con el nombre de Buenaval en la estrofa 1237b (nótese que Buenaval es inversión de Valbuena, nombre de la casa fundadora). Bonaval se halla en la pedanía de Retiendas, al Noreste de Guadalajara, y de su iglesia quedan hermosos y grandes retazos. En Bonaval pudo, pues, oir hablar el Arcipreste de los poderosos abades de Berdones, e incluso quizás encontrarse personalmente con alguno de ellos. Porque los abades cistercienses franceses que tenían monasterios afiliados en la Península Ibérica, se desplazaron verdadera y efectivamente hasta allí para cumplir con su misión inspectora (! ), si bien no con la frecuencia anual que imponía la Carta. Un ejemplo: Santa María de Huerta, en Soria, era hija de Berdones (Manrique, II, 1642: Appendix, 15) 11 . En 1226 el abad de Berdones se hallaba visitando, con paterna autoridad, esta abadía, y en tal ocasión confirmó la aceptación por el monasterio de una donación de mil florines que le había hecho el obispo de Plasen- 10 Sobre las fundaciones cistercienses en Castilla, véase V. A. Alvarez Valenzuela/ M. Recuero Astray 1984. Y más en extenso V. A. Alvarez Palenzuela 1978, en cuya p. 240 se puede ver un útil cuadro de las líneas de filiación de las abadías castellanas. 11 La fundación de Huerta se llevó a cabo por Radulfo al frente de doce frailes, como era la norma, procedentes de Berdones. Se establecieron primero en Cantabos, lugar inapropiado, por lo que al poco tiempo se trasladaron a Huerta, un lugar más idóneo, pero no muy distante, cercano al río Jalón: «RADVLPHUS. Ex Ecclesia Berdonarum de linea Morimundi (Sancto Patre Bernardo adhuc superstite . . .) ad Hispaniam cum Conuentu suo transmissus, locum de Cantabos in finibus Castellae, ab Imperatore Alphonso dono accepit Aera 1189, salutis anno 1151. Hortam ad quinque millia passuum distantem emit (pretio ut creditur ab Imperatore accepto) an. 1152, quo & Monasterium, atque vtramque possessionem ab Eugenio III. confirmari, & sub protecione Apostolicae Sedis recipi impetrat.» Francisco de B. Marcos Alvarez 228 cia en 1223, de lo que se deduce que al menos desde hacía tres años, tal vez más, el abad francés no había podido cumplir con lo previsto en los estatutos 12 . En 1241 era el abad de Morimond quien se encontraba en la misma abadía soriana (que al ser hija de Berdones era por consiguiente nieta de Morimond) donde aprueba y confirma la entrada del monasterio de Buenafuente, de canónigos regulares, en la Orden del Císter, para convertirse en convento de monjas cistercienses bajo la jurisdicción del abad de Huerta (Manrique) 13 . Supongo que el venerable abad ultramontano estaba en camino de ida o de vuelta en su visita a los conventos de Calatrava y Alcántara, órdenes militares sometidas a la regla cisterciense, y adscritas a la filiación directa de Morimond. Dentro de un razonable perímetro de lo que podemos considerar como posible geografía ruiceña, es decir el territorio castellano que Juan Ruiz conocería personalmente y por el que se movería durante su vida, se encuentran dos de las más importantes abadías cistercienses de Castilla, ya nombradas: la de Valbuena de Duero (Valladolid) y la de Santa María de Huerta 14 , esta última no muy alejada de Hita, y las dos establecidas con monjes de Berdones (Huerta en 1144). El destino ha sido con ellas menos cruel que con su casa madre francesa, pues, aun con las transformaciones acarreadas por los siglos, sus edificios e iglesias conservados dan testimonio de la riqueza y el poder que alcanzaron. Berdones irradió en Castilla, a través de Valbuena, en Buenaval o Bonaval, y en dos monasterios más: el de Santa María de Rioseco (1148) y el de Palazuelos (1165). Por ello me parece inevitable admitir que a un eclesiástico castellano bien formado e informado como Juan Ruiz, con un cargo de cierta importancia en el arzobispado de Toledo, le tenía que ser familiar la figura y la acción de los abades de Berdones. Cuando aún sobre Europa no se había abatido el cúmulo de desgracias que la asolaron en el siglo XIV, en primer lugar, y ante todo, la epidemia de peste, que provocó y provocaron la ruina material y la decadencia, no sólo de los monasterios cistercienses, sino de los de las numerosas órdenes religiosas que habían florecido en el continente. Quedó atrás la prosperidad de los siglos XII y XIII, cuando Berdones, según conjetura fray Angel Manrique, gozaba de una opulencia «supra mediocrem», y rentaba más que muchos obispados 15 . Genève Francisco de B. Marcos Alvarez 12 En 1223 «Monasterio obligato pro multis debitis, à Venerabili D Episcopo Placentino, florenos mille accepit . . .; instrumento confecto Hortae in die S. P. Benedicti an. 1223. & confirmato per Abbatem Berdonarum triennio post, cum idem Abbas Hortam authoritate paterna visitaret», Manrique 1642, II, Appendix 19. 13 Manrique 1642, II, Appendix 19. 14 «quippe Berdonae, Hortam, & Vallem bonam, duas insignes domos, & per has alias, . . . produxit», Manrique, 1642, II, 333. 15 «Et primae [i. e. Berdones] quidem in dioecesi Auxitana opulentiam supra mediocrem inde coniector, quod mille supra quingentos florenos Camerae soluit, quos multi Episcopatus non attingunt.», loc. cit., 333. ¿El abad de Borbonés? Libro de Buen Amor 1235d 229 Bibliografía Alvarez Palenzuela, V. A. 1978: Monasterios cistercienses en Castilla (Siglos XII-XIII), Valladolid Alvarez Valenzuela, V. A./ Recuero Astray, M. 1984: «La fundación de monasterios cistercienses en Castilla. Cuestiones cronologicas e ideológicas», Hispania Sacra 74: 8-21 CORDE = Real Academia Española, Corpus diacrónico del español (CORDE), http: / / www.rae.es LBA = Libro de Buen Amor. (Las ediciones se precisan en nota.) Manrique, A. 1642: Cisterciensium seu verius ecclesiasticorum annalium a condito Cistercio, . . . fratre Angelo Manrique, Burgensi, eiusdem Regis à sacris concionibus, Cisterciensis familiae in alma Hispaniarum obseruantia Generali emerito, & in Salmanticensi Academia, scientiarum omnium principe, sacrae theologiae primario antecessore. Lugduni: Sumpt. Haered. G. Boissat, & Laurent. Anisson, t. II (dedicado al Conde-Duque) Pacaut, M. 1993: Les moines blancs. Histoire de l’ordre de Cîteaux, Paris
